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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Lujambio, el mensajero

31/08/2012 06:02 a.m.
Es terrible, dolorosamente dramático aceptarlo por las condiciones en que está, pero cuánta razón le asiste. En su columna “En Privado” de ayer, que publica en el diario Milenio, Joaquín López Dóriga reproduce parte de la declaración que para el noticiario de Radio Fórmula, que también conduce por las tardes, le hizo el ex secretario de Educación Pública y ahora nuevo senador de la República, Alonso Lujambio.

Publicó Joaquín: “Por la mañana vi la fotografía de Alonso Lujambio en su silla de ruedas y su parche, llegando a la entrada del Senado de la República; me sacudió. Luego, la ovación que de pie le brindaron todos sus compañeros legisladores y su esfuerzo sobrehumano me emocionó. Ya cuando hablé con él por teléfono en Radio Fórmula, no pude más.

“Por un instante, fugaz, al escucharlo, recordé a aquel Alonso Lujambio que una noche en El Noticiero me decía que estaba puesto para ganar la candidatura del PAN y la Presidencia de la República. Pero ese recuerdo fue arrojado por la crónica, dramática, de su lucha contra el cáncer.

“Por desgracia, me dijo suavemente, no lo he derrotado. Sigo teniendo cáncer. Quizá lo he transformado porque van cambiando las distintas medicinas. Pero, por desgracia, sigo teniendo cáncer. Creo que tengo menos, especialmente en los huesos de las piernas y también en los pulmones y en la médula ósea, han caído los indicadores de hueso, porque esta enfermedad ataca bárbaramente los huesos.

“Antes, me había dicho:
“Ha sido un esfuerzo bárbaro de ocho meses, he recibido siete quimioterapias que han sido exitosas. El problema es que una vez que dejas de darle quimioterapia al cuerpo, a los 45 días otra vez las células cancerosas siguen reproduciéndose. Debo decirte que lo que más me ha dolido, digamos, de todo este proceso, ha sido la invasión de las células cancerosas al sistema nervioso central, porque ahí tiene efectos duraderos y, para mí, devastadores: ahora tengo vista doble.
 
Yo veo dos veces. La única manera de detener el problema es con un parche que tapa un ojo porque así evitas la descoordinación. Traigo un parche en un ojo que es molesto, además, porque pierdes la sensibilidad, porque es difícil leer en estas condiciones, no se diga escribir.
 
“Probamos todo lo habido y por haber. No hemos logrado que las quimioterapias tengan un efecto permanente, pero aquí estamos, yo contento porque estoy vivo. Alguien dijo que yo iba a vivir apenas tres meses y pues ¡ya llevo nueve meses!

“La verdad es que he empezado el acercamiento con la muerte, eso ya te cambia radicalmente tu visión de la vida —la pausa fue larga, al menos me pareció.

“Lujambio, conmovedor, mencionó a su esposa, a sus dos hijos, sus fortalezas. Comentó que él siempre fue un hombre de prisas y que ahora uno descubre que la prisa no lleva a ningún lado.

“Estoy muy contento de estar en mi país después de ocho meses en Estados Unidos. ¡Madre mía! —exclamó retratando el momento y el sufrimiento— ¡Lo que es pisar tierra mexicana! ¡Una felicidad total! —terminó el hombre que en su dramática lucha por la vida, tiró el estorbo de la prisa por vivirla”.

Entre los creyentes de Dios –yo, ahora firmemente convencido– y quienes alguna vez hemos padecido una emergencia de salud, decimos y sabemos que cuando alguien habla cómo lo ha hecho Lujambio, es porque Dios lo tocó. Está plenamente consciente de que ha empezado su acercamiento con la muerte (sus palabras son exactas, es correcto hablar de acercamiento y no de lucha contra la muerte, porque de antemano ya la tenemos perdida, es lo único seguro que tenemos y, fatalmente, tarde o temprano, ha de llegar; todo es cuestión de tiempo –también aquí todo es cuestión de tiempo–) pero Dios le permite que prolongue su existencia más allá de los tres meses que le daban de vida y ya lleva nueve, y que nos recuerde que la prisa no lleva a ningún lado.

Es un misterio por qué Dios es más generoso con unos que con otros (o acaso es porque todavía tenemos que pasar por otras pruebas… o para que en vida paguemos lo que hemos hecho… o para que quienes alguna vez dudamos o nos alejamos de él comprobemos su generosidad), pero quienes vivimos para contarlo (el domingo pasado al encontrarla en Plaza Américas agradecía precisamente a la endocrinóloga Magdalena Moreno Todd –en la comunidad médica todos la conocen por Malena Moreno– haberme devuelto la vida y a la vida –cuanto estaba en sus manos ya recuperado me decía que presumiera mis análisis y estudios médicos, que eran como para colocarlos en un cuadro–) sabemos perfectamente bien que, en efecto, a nada llevan las prisas.

Yo viví muchísimos años en la función pública y llevé gran parte de mi vida viviendo (si es que a eso se le llama vivir) con prisa. Hoy me pregunto cómo fue posible, y esa experiencia que tuve me tiene en la gran indecisión de aceptar para que regrese de nuevo a ese tipo de vida ante invitaciones que se me han hecho.

La noche del miércoles observé cómo en forma inusual, López Dóriga, en El Noticiero, le brindó un tiempo largo, todo el tiempo necesario a la información y a la imagen de la reaparición pública de Lujambio, de su llegada al Senado, de la ovación que le brindaron sus nuevos compañeros, de cómo, influidos por su condición, logró lo que en mucho tiempo no se veía en la Cámara Alta: que todos, sin excepción, de todos los partidos, se dieran la mano en forma cordial, diría que hasta fraterna. Y observé cómo una y otra vez Joaquín repetía las escenas. Nadie, nadie nunca mencionó ni recordó que es panista, una verdadera futilidad ante la fragilidad humana y la cercanía con la muerte.

Sin duda –pensé para mí–, en Alonso Lujambio todos sintieron la cercanía de la muerte; a todos, incluyendo a quienes veíamos todo por la tele, les recordó, nos recordó, que estamos tan lejos y tan cerca de ella y que ahí se acaba riqueza, poder, soberbia. Para lo que somos… y para lo que nos creemos muchas veces.

Lujambio fue un mensajero de Dios, pero, de paso, Dios tocó también las fibras más sensibles de Joaquín y lo llevó a mostrarnos lo que nos mostró, con tanta insistencia, por la televisión de más audiencia, a millones de personas, para recordarnos y para hacernos reflexionar sobre nuestra fragilidad, y que, por más prisa que llevemos o con la que queramos vivir, finalmente todos, sin excepción, vamos a desembocar y a llegar con un mismo personaje: la muerte.
 

 

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