Por lo que se advierte, el Presidente –e incluso, si se atiene uno a lo que se estuvo publicando en la víspera en algunas columnas periodísticas de diarios de la capital del país, su misma esposa– le ha apostado a la confrontación como estrategia para tratar de ganar el gobierno de Veracruz.
Ante la tercia de aspirantes, que en realidad se reducía a sólo dos verdaderas opciones, Felipe Calderón o la señora Margarita Zavala de Calderón o los dos optaron por el bravucón, no obstante todo su pasado de agravio a los propios veracruzanos que seguramente le habrá de pesar a la hora de la votación y que no tiene pedigrí blanquiazul, y desdeñaron la militancia de origen, la mesura que pudo haber convocado no sólo a propios sino hasta a extraños inconformes o resentidos con las otras formaciones políticas, así como al panismo más fuerte –hasta ahora, porque quién sabe en el futuro ante el desencanto, la decepción y la molestia que le ha quedado– y económicamente más poderoso.
Si a los panistas cordobeses les quedaba alguna duda del menosprecio hacia ellos por parte del presidente Felipe Calderón cuando en la elección del año pasado les enviaron a un extraño porque no vieron en los nativos a ningún candidato a diputado federal ganador, ahora se confirma cuando no obstante que todas las encuestas daban mayor preferencia entre la militancia blanquiazul a un cordobés que hace seis años por un pelito –en el sentido más literal del término– estuvo a punto de ganar, lo han hecho a un lado.
De que el Presidente y su esposa le apostaron a la confrontación, no cabe duda. La primera aparición de su pupilo en el estado ya como virtual candidato se caracterizó, como siempre, por la amenaza contra el gobernador, un recurso ya muy manido que todos los veracruzanos conocen y desaprueban y rechazan porque viven en paz social y así quiere seguir.
Primero fue Manuel Espino, quien en un acto de violencia se metió por la fuerza al Palacio de Gobierno, y luego Germán Martínez, quien amenazó y lanzó improperios contra el Ejecutivo de Veracruz en Córdoba y Tierra Blanca, en las dos elecciones pasadas, y no obstante todo el panismo nacional que se supone representaban y encarnaban en su condición de presidentes del Comité Ejecutivo Nacional panista, perdieron rotundamente.
Ahora ha sido César Nava quien con su presencia avaló nuevamente las amenazas contra el Ejecutivo local. Mencionar a Manuel Espino, a Germán Martínez y a César Nava es un decir porque es indudable que atrás de ellos ha estado y está Felipe Calderón, el verdadero dirigente del panismo nacional.
Negar que el gobernador tiene una gran aceptación popular, que es querido por la gran mayoría, es ahora sí –también en todo el sentido literal del término– querer tapar el sol con un dedo. Ha cometido errores, indudablemente, porque al fin y al cabo el gobierno es cosa de seres humanos y no hay humano perfecto, pero de que ha intentado corregir y lo ha logrado es también cierto como lo es que ha hecho un gran gobierno y que pesa mucho más lo positivo de su gestión que los yerros que pueda tener, además de que quiéranlo o no aceptar siempre ha buscado con todos, sin distinción, la unidad dentro de la diversidad, la conciliación y la negociación y el diálogo para ello.
Por eso qué preciosa oportunidad dejaron pasar los panistas el sábado cuando en lugar de convocar a la unidad de los veracruzanos, de mostrarse conciliadores como una forma de atraer la simpatía del electorado, de señalar los errores u omisiones del gobierno de la fidelidad pero también de reconocer todo lo positivo, que lo hay, en lugar de ofrecer que si ganan (hay que desearles la mejor de las suertes, que la van a necesitar mucho) corregirán lo que tuvieran que corregir pero que reconocen todo lo bueno logrado hasta ahora y que lo consolidarán y lo continuarán; en lugar de todo ello llegaron con los guantes puestos, con la amenaza, con la confrontación. Que con su PAN se lo coman.
En cambio, el mismo día del dedazo presidencial, o más bien de la pareja presidencial, en una entrevista televisiva en la Ciudad de México, el gobernador fue muy claro al señalar que en el lapso de gobierno que le queda una de sus tres prioridades –las otras serán terminar bien y apoyar al Presidente para el éxito de su lucha contra la delincuencia organizada y que resuelva las crisis– será, la primera, por lo inmediato a enfrentar, garantizar elecciones limpias, democráticas, transparentes, donde gane el que tenga mayor número de votos, y a buscar en el terreno de los hechos que todos respeten el resultado.
Pareciera que el responsable político de la entidad tuviera el don de predecir lo que va a suceder. Pareciera que adivinó con tiempo que el panismo vendría a amenazarlo con denuncias y más denuncias, pero creo que no ha hecho más que una lectura correcta de la estrategia de sus opositores y de un viejo conocido del priismo, por cierto cliente de la casa: como no van a poder ganar en las urnas, desde ahora le apuestan ya a la estrategia de ganar en los tribunales como intentaron –y casi lo logaron– hace seis años.
Que gane el que mayor número de votos tenga. Que todos respeten el resultado. Cómo se ve que le preocupó al gobernador y jefe de su partido en Veracruz la nominación panista. Seguramente ya no concilia el sueño y por eso, mientras en Xalapa le lanzaban bravatas, el sábado mejor trató de distraerse en una corrida de toros y desde la barrera vio, vislumbró, el corte de rabo y orejas, y olé.