Ha reiterado el presidente Calderón su llamado para que se hable bien de México. Lo ha dicho en cuanto oportunidad ha tenido, lo mismo ante el cuerpo diplomático mexicano acreditado en el exterior que ante empresarios promotores de turismo que ante la prensa nacional y extranjera. En fin.
Su vehemente llamado ha sido por la mala imagen que de nuestro país se proyecta en el exterior a causa de la violencia provocada por el crimen organizado, lo que repercute ya severamente en distintos rubros de la economía nacional, principalmente en el turístico y en el de las inversiones, pues ya casi nadie del extranjero quiere venir a pasear a México y los empresarios tanto locales como extranjeros no quieren invertir más a causa de la inseguridad.
No creo que no haya quien quiera a México que no comparta la preocupación del Presidente: cómo quisiéramos que se hablara bien de nuestro país. Pero la realidad se impone.
Hay, sin embargo, verdaderas peras del olmo. México tiene qué presumir y a lo que se le debe sacar provecho, pero o el Presidente no tiene visión para advertirlo o sus asesores –que deben ganar una millonada– no se lo advierten o tampoco tienen visión o no le dan importancia o no lo saben valorar o sí le informan al Ejecutivo pero éste no les hace caso.
Este viernes, el Rey de España Juan Carlos I habrá de entregar (a lo mejor por la diferencia en el uso horario cuando usted lea estas líneas ya ocurrió) en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el Premio Cervantes de Literatura al poeta mexicano José Emilio Pacheco (en la pasada Feria Internacional del Libro Universitario organizada por la Editorial de la Universidad Veracruzana tuvimos el privilegio de escucharlo en la explanada de Los Lagos, en Xalapa), distinción que sólo han recibo antes Octavio Paz, Carlos Fuentes y nuestro admirado maestro Sergio Pitol.
Por ese motivo, Pacheco llegó a España desde días atrás y el martes tuvo un encuentro con la prensa ibérica e internacional en el auditorio del Ministerio de Cultura de España, en Madrid. La entrada de la nota respectiva del diario EL PAIS lo dice todo: «“Yo pensaba que esto sólo les pasaba a los actores”, dijo ayer por la mañana el mexicano José Emilio Pacheco al ver la nube de fotógrafos que le recibió en el auditorio del Ministerio de Cultura”.»
Ahí está un ejemplo claro de que el país tiene valores qué presumir y con qué revertir, así sea en parte, la mala imagen que ahora se da del país. ¿Y el Presidente? No que se quiera que se utilice a Pacheco para un fin propagandístico o publicitario partidista-electoral, que no lo permitiría ni la comunidad intelectual y pensante del país lo admitiría. Pero si Felipe Calderón tuvieran más visión, fuera inteligente y estuviera verdaderamente pendiente de lo que pasa en el país o con los mexicanos valiosos, tan urgido como está de oxígeno puro para siquiera maquillar la mala imagen que tiene su administración, con todo cuidado pero se hubiera colgado de este galardón a Pacheco, lo hubiera acompañado a España, le hubiera hecho todos los reconocimientos al poeta y de paso hubiera aprovechado los reflectores para hablar bien de México. Pero no, ni fue, ni lo acompañó ni, que yo sepa hasta la hora de redactar estás líneas anoche, tampoco ha salido a felicitar al autor de Las batallas en el desierto, ni a presumirlo para que se hable bien de México en el mundo. Tal vez porque los panistas están peleados con la cultura, como los mexicanos hemos comprobar, a lo mejor Calderón no sabe ni quién es José Emilio Pacheco y entonces pensándolo bien mejor que no haya ido porque capaz y la riega como Vicente Fox cuando ante el mismo Rey Juan Carlos de España, en el Congreso de la Lengua Española en Madrid, le cambió el nombre al escritor argentino Jorge Luis Borges, al llamarlo José Luis Borgues.
Ah, pero eso sí, para lo trivial y porque se trataba de un extranjero, no obstante que lo calificó de ingenuo y dio de qué hablar pero mal de México en el exterior, ya no sabía qué hacer con Joaquín Sabina y hasta ordenó a Gobernación que le respondiera con una carta en forma oficial a la crítica que le hizo como si tuviera la representación de un gobierno extranjero, todavía lo invitó a comer en Los Pinos y, según filtró a la prensa una de las presentes: Tania Libertad, se echó con él unos tequilas y se pusieron a cantar como dos alegres compadres (yo todavía me preguntó porqué precisamente Sabina tenía que dedicarle “Llegó borracho el borracho”, del compadre José Alfredo Jiménez). No obstante todo eso, Sabina dijo que no se echaba para atrás en su crítica a Calderón.
Pero el Presidente no tiene remedio. No hay forma de hablar bien de él ni de su gobierno porque no da pauta para hacerlo. Pacheco no necesita de él, pero México sí necesita de Pacheco. Y mejor, aunque sea unas cuantas líneas, disfrutemos algo de lo que declaró:
«"Que alguien escriba poesía es un absoluto misterio porque todo está en contra. Cuando uno tiene 14 años tiene tanta vergüenza de escribir que no se atreve a decírselo a sus compañeros de clase. Luego tampoco puede. No parece serio. Una vez al hacerme un carnet dije que era escritor y la funcionaria me dijo: "¡Eso no es profesión!" Y puso: "Trabaja por su cuenta".»
«"Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los 20 años". Mucha gente me ha recordado ahora, sí, estos versos del poema Antiguos compañeros se reúnen. Por suerte nunca satanicé los premios literarios".»
«"¿Cómo veo el mundo de hoy? ¡Desastroso! Cuando a finales del año pasado publiqué el libro de poemas Como la lluvia mucha gente me dijo que era muy pesimista, pero si uno mira todo lo que ha pasado en este trimestre -los terremotos de Haití y Chile, la violencia de México...- se da cuenta de que todo lo que escribí parece de color de rosa, cosas de un optimista absoluto. Alguna vez dije que el siglo XX se podía situar entre un título de Dickens y otro de Balzac, entre grandes esperanzas y las ilusiones perdidas".
«"La nube de ceniza que se cierne sobre Europa me tuvo sin saber si podría venir, pero eso no es nada al lado de la violencia que sufre México. Lo terrible es que va ocupando hasta los oasis. Piensen en Cuernavaca, un lugar al que la gente iba a descansar. Siempre se decía que era la ciudad de la eterna primavera. Hoy se dice que es la ciudad de la eterna balacera. Se ha vuelto tan terrible como Ciudad Juárez".