Me apena por mis amigos priístas, que sí los tengo, muy pocos pero muy buenos, por el momento que viven.
Hasta la víspera de la elección del domingo pasado, disentimos sobre el resultado que se esperaba.
Estaban seguros, muy seguros, absolutamente seguros de que iban a ganar y a mantener el poder.
Mi postura siempre fue contraria, pero no porque tuviera una bola de cristal y supiera lo que iba a pasar, sino simple y sencillamente porque a ras de tierra escuchaba el sentir general de la población.
A ello sumaba la terrible división hasta llegar al enfrentamiento directo y personal, que yo conocía de cerca, entre los dos principales actores políticos del PRI en Veracruz, el gobernador y quien aspiraba a sucederlo.
A la convención que postuló candidato a Héctor Yunes Landa, por ejemplo, decidieron no invitar, para que no asistiera, al gobernador Javier Duarte de Ochoa. Les hacía daño su mala imagen, decían.
Ese día el acto se retrasó porque Duarte amenazó que si no iba él tampoco iban todos los diputados federales veracruzanos, fieles hasta entonces a él (hoy todos, o casi todos dirán que ni lo conocen). Los hectoristas tuvieron que doblar las manos.
Pero la amenaza se hizo real el día del cierre de la campaña en Soledad de Doblado. No fue Duarte pero tampoco ningún diputado federal. Con esa “unidad” llegaban a la víspera del día de la elección.
Contaba también los garrafales errores que estaban cometiendo los responsables de la campaña del candidato priísta, en muchos casos por inexperiencia y en otros porque estaban desfasados de la nueva realidad, porque redujeron el PRI a sólo la asociación política Alianza Generacional excluyendo a quien no perteneciera a ella (todos los demás priístas se quejaban de ello), por su poco o nulo contacto con figuras claves de la prensa estatal, porque no escuchaban a nadie que no fueran ellos mismos, así como por la inadecuada estrategia que se planteó y que se siguió.
Pero dije el viernes pasado en “Prosa aprisa”, hoy hace exactamente una semana, a horas de que fueran los veracruzanos a las urnas, que por donde se le quisiera ver, en Veracruz ya habíamos llegado a un punto de quiebre en el terreno político, del que todos los veracruzanos debíamos felicitarnos.
“Los días que vivimos son el mejor testimonio de que quedaron atrás la sumisión de muchos o la aceptación conformista de casi todos ante la imposición que vino haciendo el régimen priísta, en el caso de Veracruz, de quién sería el nuevo gobernador”, apunté.
Expresé que cualquiera que fuera el resultado del domingo, las cosas no volverían a ser iguales nunca más, pues la sociedad veracruzana daba muestras de mayoría de edad y, por lo tanto, de sacudirse la tutela coercitiva que se le impuso por muchos años.
Por la vigencia que mantiene ante lo que sucedió, recobró parte del contenido de esa columna.
Recordé que en el año 2000, al perder la presidencia de la república, esto es, sin el poder central, los priístas habían jurado y perjurado que habían aprendido la lección y que no volverían a cometer los errores del pasado ni a regresar a los vicios y al abuso del poder que los caracterizó.
“Dieciséis años después, para pesar nuestro, a Veracruz lo ponen como el gran ejemplo en el país de que fueron falsos esos juramentos, y que errores, vicios y abusos del poder siguen siendo el toque de distinción del priísmo en el poder, hecho gobierno”.
Comenté que el veracruzano no sólo daba muestras de cansancio de más de lo mismo, sino que ya había llegado al hartazgo, al colmo, “está hasta la coronilla del priísmo abusivo, de la corrupción y de la impunidad, y todo indica que está dispuesto a darle la espalda y a apostarle al cambio sin importarle las consecuencias, pues que más mal le puede ir después de todo lo mal que le ha ido”.
No lo dije porque se me hubiera ocurrido o por algún interés personal (la insidia de algunos corría la versión de que Miguel Ángel Yunes Linares me estaba pagando mucho dinero –en el puerto jarocho dicen que no le da ni agua al gallo de la pasión– e incluso afirmaban que mi hijo mayor estaba involucrado directamente en la campaña del azul, todo para confrontarme con Héctor Yunes Landa), lo dije porque simple y sencillamente interpretaba la realidad.
Pero mis amigos dirigentes o prominentes priístas no la veían, porque desde hacía mucho se habían divorciado de ella, vivían en un mundo aparte, otra realidad, la suya solamente, la del alto cargo, la de las camionetotas de lujo con clima, chofer y guarura, la de los jets y helicópteros, la del uso –y algunas veces hasta del abuso– del presupuesto público, la de las cómodas y lujosas oficinas con secretarias y “ayudantes”, la de los caros hospitales privados, la de los zapatos Ferragamo que los más baratones vienen costando unos diez mil pesos, todo nada que ver con lo que viven y padecen a diario miles, millones de veracruzanos que sobreviven en la pobreza. En el pecado llevaron la penitencia.
El viernes hace una semana señalé que lo competido de la contienda para elegir gobernador era alentador porque mostraba que, por fin, el veracruzano conformista, el apático para ir a las urnas, había dejado el marasmo que lo había envuelto por muchos años y que estaba dispuesto a imponer su voluntad y a no permitir que decidieran por él ni que le impusieran.
Apunté que muchos veracruzanos le estaban apostando al candidato de la derecha-izquierda, a quien aplicaban el viejo dicho “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, o “más vale viejo por conocido que nuevo por conocer”, porque creían –y ahora más que nunca, conocido el resultado lo siguen creyendo– firmemente que aplicaría la ley, pondría orden y llevaría ante los tribunales a los responsables del desfalco del erario público.
“Viejo conocido de veracruzanos adultos mayores, ya fue cuasi gobernador en el siglo pasado cuando desde la Secretaría de Gobierno ejerció poderes hasta metaconstitucionales, pero muchos parecen estar dispuestos a olvidar su pasado o a perdonárselo y a darle una nueva oportunidad con tal de que castigue a quienes endeudaron el estado sin justificación y los obligue a resarcir el daño que causaron al tesoro público o, en palabras comunes, que devuelvan lo que se robaron”.
Ya se vio que lo olvidaron y que se lo perdonaron y que le están dando esa oportunidad.
Dije otra cosa que ha quedado confirmada: “De antemano, sea cual sea el resultado del domingo, él ya se apuntó una contundente victoria: se ganó la confianza de miles y miles que lo siguen y que le creen más a él que al Gobierno, pues salió indemne de la guerra sucia, de la campaña de lodo que desataron en su contra desde la esfera oficial.
Al Gobierno ya lo derrotó. Habrá que ver si también vence al candidato oficial”. Lo venció.
“Llegamos, pues, a un punto de quiebre. En nuestra decisión del domingo estará la gran oportunidad de iniciar una nueva etapa histórica en la vida pública y política de Veracruz. Hasta el último momento las viejas prácticas intentarán coaccionar o comprar el voto.
Habrá quienes no puedan o no quieran evitarlo, pero que sean los menos. Votemos libremente.
Sintamos la satisfacción de haber contribuido al cambio que todos demandamos y que Veracruz necesita con urgencia. Es ahora o nunca. Actuemos con responsabilidad”, rematé la columna.
Votamos libremente, al menos la mayoría, y claro que debemos sentirnos satisfechos de ser actores y no sólo testigos del cambio que se inicia. El proceso nos ha dejado una lección muy clara que nunca debemos olvidar y que debemos transmitir a las generaciones que vienen y vendrán atrás de nosotros: si nos decidimos y si lo hacemos juntos, podemos.
Pero retomo de la columna de hace una semana otra reflexión-recuerdo que hice:
“El punto de quiebre es histórico y debemos no sólo estar preparados para el rompimiento con el pasado y para la nueva etapa que se avecina, sino para estar a la altura.
En el año 2000, al inicio del nuevo siglo, México, el país tuvo la gran oportunidad histórica para cambiar para bien y para siempre, cortando las amarras con el pasado, pero triste y lamentablemente el panismo no estuvo a la altura de las circunstancias.
Vicente Fox nos despertó grandes esperanzas pero todo lo echó por la borda. No supo cómo acabar con la armazón del viejo régimen priísta y menos como rehacer a las instituciones del país y al país mismo y, peor, cayó en los mismos vicios del rancio priismo que combatió, e incluso en muchos casos resultó peor.
Él mismo con su colaboradora primero, su esposa después, y sus hijastros, los hijos de ella, no tardaron en engolosinarse con las mieles del poder y dieron brillo y esplendor a la corrupción y a la impunidad, a la presidencia imperial, que dijera Enrique Krauze. El continuismo, pues, aunque con otras siglas y otro color”.
Vivimos ya la circunstancia y la oportunidad de cambio que se dio a nivel federal a partir del año 2000. Dieciséis años después, Miguel Ángel Yunes Linares tiene la palabra. O cambiamos para bien y para siempre, o volvemos a más de lo mismo y al desencanto que ello conllevaría. La historia lo espera.