Es una tarde preciosa en Xalapa, disfrutable, un canto a la vida, a la naturaleza, a Dios. A propósito he hecho un espacio para ir a disfrutar de un café capuchino en la terraza del café que se ubica en un extremo del parque Juárez y que ahora administra una franquicia famosa. Es un café sabroso, que se disfruta. Cuando puedo, con regularidad tomó un libro, voy ahí, me siento a leer un rato y disfruto el ambiente, pero este miércoles he sentido más necesidad que nunca.
Tal vez me ha atraído el instinto que me avisa que esta tarde como pocas veces la vista es inigualable, única. Luego de que hasta el medio día estuvo lluvioso, la tarde se ha limpiado y lo primero que deslumbra a uno es el verde, el verde intenso de la vasta y rica vegetación que caracteriza a la capital del estado. Hay partes de la ciudad, una gran parte, que pareciera estar conformada sólo de vegetación. Es tan abundante y tupida que oculta toda construcción. Sólo por algunos lados se ve el caserío montado en lo irregular de la topografía volcánica de Xalapa, un caserío multicolor lleno de vida
Es impresionante cómo ha quedado limpio el ambiente y es perfectamente visible hasta lo más recóndito, hasta donde alcanza la vista, que se topa con el portentoso Cofre de Perote y con los cerros que rodean la ciudad. El cielo en lo alto es de un azul intenso, limpio, despejado, que permite otear hasta lo más alto de la comba celeste. Dirigir la mirada hacia cualquier punto permite recordar a don Alfonso Reyes cuando exclama: "Viajero: has llegado a la región más transparente del aire", en el pórtico de su bella y breve Visión de Anáhuac, y que en su primera novela, Carlos Fuentes evoca ese título. Así, esta tarde podríamos exclamar igual y presumirle a cualquier visitante.
Leo El buen soldado de Ford Madox Ford en la extraordinaria traducción del maestro, mi maestro, Sergio Pitol, obra publicada además por la Dirección General Editorial de la Universidad Veracruzana, también mi alma máter. Pero tengo que sujetar bien las páginas porque toda la tarde ha estado soplando un viento que bien puede ser el aliento de Dios, sabroso, agradable, vivificante, que mueve sin cesar la copa de los árboles, que da vida y movimiento al entorno y que no permite que caliente el sol que aunque a veces refulge pronto se vuelve tímido como con ganas de esconderse.
Desde la terraza al aire libre donde disfruto mi café veo a lo lejos fragmentos del Cofre de Perote, las partes que dejan ver las nubes gruesas como bolas de algodón que parecieran ser fuertes murallas que rodearan a la capital del estado, un algodón que se entiende como un gran círculo, nubes que se levantan desde los cerros y que llegan hasta el cielo, nubes que donde les pega el sol tienen un tono blanco que ciega, pero que en otros tramos cobra tonos azul oscuro, gris, negro como el humo y que nos hace pensar que seguramente no muy lejos, de Acajete hacia el altiplano, allá por La Joya, Las Vigas, Perote, debe haber mucha neblina, hasta el piso, debe estar muy cerrada y seguramente debe estar cayendo el típico chipi chipi.
Pero en Xalapa está radiante la tarde. Desde donde estoy trato de adivinar en qué parte de la ciudad de ubican unas preciosas, gallardas y esbeltas araucarias que sobresalen muy orgullosas sobre el resto de los árboles, pero no me es posible lograrlo ni con la ayuda de un mesero porque el verde cubre calles y edificios. Me conformo con admirarlas.
Extraño fenómeno. Cuando a veces requiero de silencio para concentrarme en mi lectura y disfrutarla al máximo, aquí el bullicio pareciera ser el mejor cómplice para lograrlo. Quien quiera llenarse de ánimo, de vitalidad, no tiene más que venir aquí y contagiarse de los jóvenes, porque casi son puros adolescentes y jóvenes los que llenan el café tarde a tarde, para disfrutar de su capuchino frío. El ruido es incesante. Risas, cuchicheo, jalar de las sillas, disputarse una mesa en el balcón donde las sombrillas metálicas y el ambiente me hacen recordar algunos paradores europeos sobre todo cuando uno atraviesa los Alpes franceses.
Qué me falta, me pregunto y retrocedo en el tiempo y trato de imaginarme la impresión que debió haber causado este pedazo de Veracruz a Alexander von Humboldt quien cuando la visitó en 1804 la bautizó con el nombre de Ciudad de las Flores, un sobrenombre que le sigue siendo muy propio.
Ha sido este miércoles 21 de julio de 2010 una tarde maravillosa en Xalapa no obstante que más de la mitad del día estuvo húmedo, o acaso por eso mismo, porque hoy se han dado los cuatro climas en la capital, algo muy típico y común tiempo atrás, cuando había que salir con paraguas, abrigo y suéter porque tendríamos lluvia, fresco, calor y frío que por la noche se deja sentir aunque no con el rigor de invierno; una tarde, un día en que ha empezado a anochecer ya sobre las ocho de la noche, algo que también me hace recordar los anocheceres europeos, aunque allá hay épocas en que ya son las diez de la noche cuando apenas el sol empieza a ocultarse.
Me ha contagiado tanto el ambiente que no he querido dejar pasar la oportunidad para compartir mi impresión con el resto de los veracruzanos; para decirles que se pueden enorgullecer de tener una capital con todo el garbo, a la altura de la importancia del estado y que acoge con hospitalidad a todo el que llega como me recibió cuando decidí fincar aquí el lugar de mi residencia y donde, a propósito, quise que nacieran mis hijos, donde vivo y donde deseo que me entierren.
Pero también he escrito sobre la bella ciudad y sus encantos como una forma de desintoxicarme de campañas, de cómputos, de acusaciones, de candidatos, de partidos, de miserias humanas; como una forma de decirme, de confirmarme que la vida es otra cosa y que todo está en que uno quiera, sepa descubrirla… y vivirla. Y Xalapa nos ofrece todo para lograrlo. Qué bendición.