Escribo en la víspera de la Navidad y dos días después de que comenzó el invierno.
No soy derrotista ni estoy pesimista porque soy un hombre de mucha fe en Dios, quien me da aliento para luchar y salir adelante, porque no todo nos ha de caer del cielo, por decirlo de alguna manera.
Mi fe me levanta y dentro de mis limitantes nunca me va mal aunque me vaya mal.
Finalmente ahora soy trabajador de la Universidad Veracruzana, académico, editor, tengo base, lo que es una verdadera bendición. De eso vivo y no espero nada más de nadie ni estoy atenido a ningún otro. Lamentablemente no pueden decir lo mismo varios miles.
Pero mentiría si no dijera que me preocupa la situación de todos quienes, trabajadores de la administración pública estatal, se han quedado en el desempleo o de quienes perdieron su compensación y se quedaron sólo con su sueldo base, lo que para ellos constituye una verdadera desgracia.
Tantos años en el gobierno del Estado me llevaron a contemporizar con muchos hombres y mujeres buenos y responsables trabajadores, a muchos de los cuales cuando pude y cuanto estuvo a mi alcance ayudé a mejorar en sus percepciones económicas, lo que me dio y me sigue dando mucho gusto. Pero hoy todo ha cambiado.
Con algunos de ellos he estado conviviendo con motivo de estas fechas, en un plan totalmente austero porque a ello obliga la situación. Miles de trabajadores viven las consecuencias del desastre financiero que causó el gobierno de Javier Duarte y muchos pagan injustamente.
Si el gobierno federal –esa es mi opinión muy personal– hubiera apoyado en forma decidida y resuelta al nuevo gobierno del Estado, tal vez se hubieran evitado despidos y quita de compensaciones. Pero no hubo el rescate que se pedía y se esperaba y ahora se vive una situación de emergencia.
Está visto que el nuevo gobierno está decidido a salir adelante y como lo ha dicho el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares se está viendo obligado a tomar medidas difíciles, dolorosas diría yo porque afectan a los trabajadores.
En lo inmediato, lo deseable sería que algunos funcionarios menores a quienes les han encargado la ingrata tarea de despedir a los trabajadores al menos lo hicieran del mejor modo, porque he escuchado quejas de que algunos se están extralimitando causando una doble pena a los infelices despedidos.
“Nosotros no somos Duarte, nosotros no nos robamos el dinero como para que nos traten mal o nos despidan”, se quejan muchos. Tienen razón.
Me llegan informes que en lo que resta del año seguirá habiendo más despidos y que incluso en enero vendrá otro ramalazo.
En noviembre pasado publiqué que el entonces Secretario de Finanzas y Planeación, Antonio Gómez Pelegrín, me había dicho que una forma de quitar presión sobre las finanzas, ya de por sí totalmente deterioradas, era despidiendo al menos a 20 mil de los 200 mil trabajadores que hay.
Al parecer no serían 20 mil sino 30 mil los que quedarían cesantes. Se necesita dinero porque, también he escuchado comentarios, es tan grave la situación que no hay recursos para empezar enero ni el año entrante y los compromisos son muchos.
El problema se acentúa más en Xalapa, capital del Estado, sede de los poderes donde trabaja la mayor parte de la burocracia estatal y la gente ahora clama por un empleo y una fuente de ingresos.
El gobernador Yunes ha informado de sus esfuerzos por atraer inversiones al Estado, y una prioridad sería que las jalara hacia Xalapa y su región para ofrecer una opción a quienes han quedado fuera de la administración estatal.
Al menos, me imagino que en solidaridad con los afectados aunque tal vez vaya a ser una característica de esta administración, este fin de año se evitaron los brindis que acostumbraron los dos últimos gobiernos priistas con magistrados, diputados, presidentes municipales y hasta con periodistas, que haberlos hecho hubiera sido una grave ofensa a los hoy caídos en desgracia.
Si se sacrifica a trabajadores, será grave si en algún momento se relajan las medidas de austeridad inicialmente tomadas (ya he escuchado de más de uno que es serio el anuncio de que por ahora los nuevos funcionarios no van a cobrar sino hasta que haya las condiciones para hacerlo, lo que a algunos no les ha gustado).
Yo no puedo más que decirle a muchos excompañeros de trabajo, a muchos conocidos, a algunos amigos, a gente que estimo y por la que tengo consideración, que de verdad lo siento mucho y que les expreso mi solidaridad y mis deseos de que pronto superen esta difícil situación que están viviendo.
Me apena y hasta es posible que me gane la enemistad de algunos o de muchos porque han acudido a mí en busca de ayuda y apoyo y no les tengo ninguna respuesta positiva porque simple y sencillamente no tengo ningún poder de decisión, porque no soy quien manda en el gobierno como tampoco he podido hacer nada hasta por algunos familiares que desde el gobierno anterior están en el desempleo.
Trato de entender las decisiones y las acciones del nuevo gobierno, sé que la situación económica es más que grave, en mucho o en todo no dejo de culpar a Duarte “y su banda”, pero haré todo lo que pueda por ayudar a la nueva administración a que normalice y luego revierta la mala situación, aunque muchos priistas me acusen de que ya soy panista o yunista.
Y, ya lo digo líneas arriba, soy ferviente creyente y un hombre de mucha fe. Espero que Dios bendiga y ayude a quienes ahora veo o advierto acongojados. No es para menos. Yo estaría igual si viviera la misma situación.
Quizás la época me ha llevado hoy a esta reflexión muy personal. Pero de veras me apena por quienes sufren esta situación. Si algún consuelo puede haber es que por lo menos estamos vivos (me dolió enterarme ayer que las víctimas fatales del accidente de anteayer en la avenida Lázaro Cárdenas eran familiares de mi compañero y amigo columnista Armando Ortiz, a quien envío mi abrazo y le expreso toda mi solidaridad y a nombre de mi familia) y si estamos vivos y tenemos fe habremos de salir adelante.
Lectores, lectoras, pasen una Navidad en paz junto con todos los suyos. Que Dios los bendiga a todos y que tengan mucha salud. No pierdan la fe.
Les comento que la otra semana yo haré mi peregrinación anual a Otatitlán para ir a mi encuentro con el Cristo Negro, que nunca me deja solo y me acompaña cuando más lo necesito, que me llena de bendiciones. Haré oración y le pediré también por todos ustedes. Vendrán tiempos mejores, estoy seguro.