En un artículo que publicó en el diario El País el pasado 31 de diciembre, el escritor Juan Villoro sostiene que los quince años de Rubí revelan que México ha cambiado poco desde mediados del siglo XX.
“Veinte mil desconocidos fueron a La Joya a bailar la quebradita y entrarle al mole. El ágape confirmó que nada es más contagioso ni más arriesgado que el desmadre. Hubo carreras de caballos y una persona perdió la vida al ser arrollada”.
Para él, resultó emblemático que el muerto de la fiesta se apellidara como el presidente. “Félix Peña murió entre la felicidad general, en un país sin rumbo, donde el carnaval no siempre se distingue del apocalipsis”.
(En mis inicios como reportero en Xalapa, mi mentor periodístico, Froylán Flores Cancela, comentaba siempre que, por ejemplo, el carnaval de Brasil no estaba bueno si no había muertos.)
El encabezado del artículo así se titula: “Carnaval y apocalipsis”. Afirma Villoro que la desmesurada vida mexicana alterna el carnaval con el apocalipsis y en ocasiones los combina.
“Como los mexicanos somos ociosos crónicos, el convite en una apartada ranchería se convirtió en urgencia nacional. El año más violento en la gestión de Peña Nieto coincidía con la algarabía de su pueblo. Carnaval en el apocalipsis”.
Recuerda que en 1948 el filósofo Jorge Portilla comenzó a publicar los ensayos que se reunirían de manera póstuma en 1966 bajo el título de La fenomenología del relajo, reflexiones que fueron decisivas para la interpretación que Octavio Paz hace de la fiesta mexicana en El laberinto de la soledad.
De acuerdo con Portilla –agrega en su texto– el mexicano sublima sus quebrantos a través del jolgorio donde se celebra a sí mismo. “Una vez juntos, al calor del tequila y los mariachis, olvidamos el motivo cívico o religioso que nos congregó y damos rienda suelta al frenesí. Esta dinámica permite que los ‘colados’ sean protagonistas de una actividad en la que se participa sin otras credenciales que la sed y el entusiasmo”.
Pero, ¡ay!, caigo con mi comentario en esa combinación de carnaval y apocalipsis, que no refleja más que la realidad del México a la que se refiere Villoro.
Ayer inicié el año comentando la tragedia de los nuevos desempleados en Veracruz (habría que sumar los del sur del Estado que fueron despedidos por Pemex desde hace seis meses) y ahora vuelvo el interés hacia las tres festividades más emblemáticas de Veracruz: la de La Candelaria, de Tlacotalpan, el carnaval del puerto jarocho y el festival Cumbre Tajín de Papantla.
En conferencia de prensa, el nuevo Secretario de Turismo, Leopoldo Domínguez Armengual, confirmó que este año el Gobierno del Estado no destinará un solo quinto para esas fiestas dada la grave crisis económica que le heredó la pasada administración.
La medida es congruente con la crítica realidad que viven Veracruz y los veracruzanos. Ahora sí, cabe bien aquello de que no se debe gastar en lo superfluo cuando falta para lo necesario.
Reprobable sería que el gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares gastara en fiestas cuando miles de veracruzanos están en el desempleo o a punto de caer en él, y quienes han conservado su trabajo se han quedado sólo con su sueldo base porque les han quitado la compensación, que era donde más ganaban.
¿Realmente hacen falta recursos públicos en cantidades millonarias para el éxito de las festividades? Yo opino que no. Las fiestas las hace el pueblo, él les da vida. Antes de que todo se comercializara, ya eran famosos La Candelaria y el carnaval y todos íbamos y participábamos y nos divertíamos sólo con los grupos artísticos locales y sus expresiones culturales.
En Cuba, desde los años 60 del siglo pasado, el famoso carnaval habanero se celebró, hasta la fecha, con la mayor austeridad dada las condiciones económicas de la isla (¡chin, Duarte “y su banda” nos dejaron económicamente como en la Cuba de Fidel Castro, o peor!).
Pero quien haya estado en uno de ellos sabrá que los cubanos ¡y las cubanas, chico! nunca han necesitado del derroche de recursos como se acostumbró en los últimos tiempos en Veracruz para divertirse y para contagiar a los isleños y a los visitantes y que el sonar de sus tambores y la vistosidad de sus farolas rebasan cualquier monto económico. Ellos son el carnaval no las empresas cerveceras ni las casas comerciales como en el puerto jarocho.
En Tlacotalpan, sólo basta el cajón de madera para el zapateado que los trovadores decimistas y los jaraneros y arpistas le ponen el resto y todos asisten y se congregan con sus propios recursos porque todos llevan la música y la alegría por dentro, lo que no tiene precio.
Esas festividades, lamentablemente, se apartaron de sus raíces, de sus orígenes, y terminaron por comercializarse en muchos casos, como en el sexenio pasado, para provecho personal de los organizadores (Duarte hasta se compró una lancha italiana de 10 millones de pesos para presumirla en La Candelaria de 2011 y familiares de su esposa manejaron grupos artísticos sin que hayan transparentado el uso de recursos).
Además, las tres festividades hasta sirvieron de pretexto para la fuga de recursos públicos cuyo destino aún se desconoce (¿esa es una de las noticias que tiene guardadas Yunes Linares y que pueden cimbrar a México?), como aquellas dos famosas maletas con 25 millones de pesos que fueron decomisadas en el aeropuerto de Toluca a dos empleados del gobierno de Veracruz la noche del 27 de enero de 2012, y que según el entonces Secretario de Finanzas, Tomás Ruiz González, 2 millones eran para pagar servicios para la fiesta de La Candelaria, 15 para el carnaval y 8 para Cumbre Tajín.
¡Se acabó, pues!
En el caso del puerto de Veracruz, la falta de recursos oficiales para nada ha desanimado a Luis Antonio Pérez Fraga, el famoso y bullanguero “Pollo” Pérez Fraga, presidente del Comité de Carnaval, quien le ha puesto imaginación al asunto, ha organizado un buen festejo y hasta tiene buenas noticias que está a punto de anunciar, que beneficiarán en su economía a los habitantes del puerto y a los visitantes.
Carnaval y apocalipsis. Ahora sí, como bien cantaba Agustín Lara, Veracruz es un rinconcito de patria que sabe sufrir y cantar. Desempleo y fiesta. Unos sufren y otros cantan.