Una de las ventajas –y de los privilegios, si se quiere– de hacer tierra entre la población, es decir, de convivir, de andar junto al y con el veracruzano común, el ciudadano de a pie o de camión urbano, el que trabaja en el mercado, el que va a su centro laboral ajeno al gobierno, la ama de casa a la que ya no le alcanza la quincena o la mujer que trabaja para sostener a sus hijos con grandes carencias y penalidades, es observar y confirmar que a esos cientos, miles de veracruzanos, les importa un pito quién vaya a formar parte del próximo gobierno, me he puesto a pesar que quizás porque llegue Pedro o Juan o Fulanito saben que su situación no cambia.
Este desinterés y hasta indiferencia de la mayoría me llama mucho la atención porque, por ejemplo, veo casi a diario correr ríos de tinta en columnas y comentarios periodísticos ensalzando a uno, encontrándole virtudes –que nadie sabe ni conoce– a otro o bien no criticando sino ensañándose contra un posible prospecto o denostando lo mismo a hombres que a mujeres, muchas veces, creo que la mayoría, sin ninguna prueba o fundamento.
Me llama la atención que muchas personas se me acercan para preguntarme si es cierto que zutanito o perenganito van a quedar ubicados en tal o cual cargo. Me imagino que lo hacen porque han de pensar que porque escribo columna, a veces política, he de tener comunicación con quienes están enterados o incluso con el preciso y que –no entiendo por qué tendría que ser así– yo sí sé cómo están las cosas.
Pues no. Ni estoy enterado, ni tengo comunicación con el preciso, pero además con los años que llevo en esto sé muy bien que estar ocupándome del tema no es más que perder el tiempo y malgastar espacio, esfuerzo y recursos, porque el que tenga que llegar llegará y porque el único que sabe quién o quiénes llegarán, porque a él tocará decidirlo, es al nuevo gobernador, pero además sé también, porque lo he visto y vivido con muchos gobernadores, que al cuarto para las doce, apenas incluso con la diferencia de unos cuantos minutos, quien estaba o se daba por seguro se cae y surge alguien en quién ni se pensaba ni se mencionaba, porque se atraviesan las circunstancias.
Pero, insisto, la mayoría, la gran mayoría de la población, no sólo se muestra sino que está indiferente, desinteresada, en saber si aquél o este otro va a tal o cual cargo, según el rumor nuestro de cada día. Viendo fríamente las cosas o analizándolas sin estar pensando en ver qué provecho voy a sacar de equis o ye persona, creo que si es que algún interés nos debiera suscitar a los ciudadanos es saber más el hombre y el nombre, si es el idóneo, el capaz, el responsable, el probado, el honesto y honrado, en fin, el que está investido de verdadero sentido social y llegaría para servir y no para servirse.
Al ponerme a reparar por qué el interés de algunos cuantos por querer saber si alguien está considerado para formar parte del gobierno o por qué le echan porras o por qué algunos hasta les van a encender veladoras a Catedral para que lleguen o por qué otros ya no saben cómo o con qué atender a un presunto o presunta, caigo en la cuenta que no es más porque quieren algo, sobre todo que les den chamba o que les aseguren algún ingresos, dando vigencia, así, a la frase famosa de que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error, en efecto, y que la nómina es la nómina.
Me divertiría si no fuera porque al final me apena como miembro del gremio que soy, la actitud personal de algunos y algunas columnistas, que califican o descalifican con índice de fuego a los presuntos futuros funcionarios, pero generalmente llevados porque piensan que con unos no les va a ir tan bien en sus ingresos y con otros sí.
Pero además de que me apena, me lamento que se ocupe tanto espacio, tanta tinta, en llevar y traer nombres, que en la mayoría de las veces sólo a quienes escribimos o queremos un cochupo o mojar nuestro pambazo nos interesan pero a nadie más, no al grueso de la población, al lector que quisiera que se abordaran, se comentaran y se analizaran los problemas serios, graves, de fondo, que los afecta a diario.
Pero, además, percibo que en el mayor de los casos, nuestro columnismo, nuestro periodismo, no evoluciona, pues a fuerza de elogios interesados o de denuestos también interesados, se quiere influir en quien toma decisiones que, por otra parte, por compromisos vaya usted a saber de qué tipo o cuantía, ya tiene decidido a quién, diga lo que se diga, va a incorporar a su equipo de trabajo.
Me pongo a pensar que con ganas de entrarle al juego y rejuego de nombres, a lo mejor sería más efectivo y provechoso hacer análisis serios, bien documentados, de las personas a quienes se menciona, poner en el fiel de la balanza sus pros y sus contras y tratar de hacer conciencia en el ciudadano para conformar un frente común de opinión pública para obligar al gobernante a actuar con la mayor responsabilidad en la conformación de su equipo de trabajo.
Una cosa, la única cierta, es que lo que tenga que venir vendrá y lo que tenga que suceder sucederá y que quien tenga que llegar llegará, pero eso tiene sin cuidado al grueso de la población que lo que quisiera es que bajara el IVA, que no aumentara más el precio de la gasolina, que tampoco el del gas, que no encarecieran tanto los artículos escolares, que no subieran los precios de la canasta básica, que se contuviera la violencia, que hubiera más empleos y mejores fuentes de ingreso, que se bachearan las calles y se reconstruyeran los caminos y las carreteras, que se repusieran los enseres dañados por las inundaciones, que se les auxiliara ante la pérdida de sus cosechas, que se les dijera que ya va haber cupo para todos los jóvenes en la universidad, en fin.
Pero nuestra subcultura política y periodística (con sus excepciones, claro está) hará que sigamos leyendo las más diversas versiones, algunas verdaderamente disparatadas. Qué le hacemos.