¡Dios! Cuánta entereza, cuán ejemplar y motivante se mostró la actriz Edith González el viernes pasado al asistir con una actitud muy positiva a la entrega de premios Luminus en la Ciudad de México.
Edith padece cáncer de ovario, enfermedad que ha abrazado con toda valentía y la vive con alegría luego de que le fue diagnósticada y se sometió a un tratamiento de quimioterapia durante ocho meses.
El viernes, llegó acompañada de su esposo Lorenzo Lazo (le envío mi abrazo más sentido y solidario tanto a ella como a él, quien fue mi compañero de trabajo en el gobierno de Miguel Alemán Velasco) y platicó algunos minutos con la prensa, a cuyos representantes les agradeció los halagos que le hicieron porque se veía muy bien.
Fue el 19 de agosto del año pasado cuando al ser intervenida a causa de que sentía dolores fuertes en el estómago le detectaron tejidos cancerosos, que le fueron removidos en su totalidad de inmediato y se le sometió a tratamiento. Al día siguiente se dijo “fuerte, llena de vida” al confirmar que estaría bajo tratamiento por varios meses.
Al reaparecer la semana pasada, primero en el reestreno de una obra en el Teatro Helénico y luego en la entrega de los premios Luminus reconoció que su tratamiento fue “muy duro, nada fácil”, pero dijo que no era el momento para “tirarse, sino para luchar”.
“El cuerpo se tiene que reponer, pero el chiste está en cómo uno lo toma y lo vive. Yo me siento siempre sana, excepto cuando estoy en tratamiento, de ahí en fuera estoy super bien”, dijo entonces.
Y siguió con todo optimismo: “De canceroso a canceroso uno se entiende. Es muy personal. Mi postura es vivir y enfrentarlo con valentía. Abrazarlo y amarlo. Es parte de ti, así que órale, vamos por la vida”.
Llegó al grado de considerar el suyo como “un cáncer muy lúdico” (perteneciente o relativo al juego), ante lo que expresó: “lo he vivido con alegría y lo quiero compartir. Estoy viva. Aquí estoy. A las mujeres que han recibido esta noticia les diría que no se lo tomen en serio, lo único que hay que tomarse en serio es el tratamiento, el cáncer no. Sea cual sea el resultado. Yo elijo vivir”.
Durante su periodo de convalecencia no ha dejado su sentido del humor. “Le hablo al cáncer y le digo que es bien mala onda, porque además siempre es silencioso y nunca se manifiesta. Es mala onda, le hablo y le digo, ya vete de aquí. Yo me lo tomo con sentido del humor, nadie lo entiende, porque tengo un humor negro, pero yo no pienso dejarme derrotar, ni en lo físico, ni en lo espiritual, ni en lo mental”.
Así lo piensa y así actúa.
El viernes dijo: “De la salud todo bien, sólo tengo cáncer”, como cuando una persona dice: “De la salud todo bien, sólo tengo gripa”. Además, esa noche, Edith se presentó sin peluca (debido a la enfermedad y al tratamiento perdió su larga cabellera), lo que definió como un símbolo de libertad. O sea, entiendo, presentarse tal como es. Aceptarse tal cual, lo cual es tan difícil en este mundo de apariencias.
“Simplemente es lo que es y si me animé a compartir mi experiencia es para enseñar que con el cáncer también se puede jugar, pero con el tratamiento no”. Sobre la impresión que le causó la primera vez que se vio en el espejo con su nueva imagen, expresó: “Ninguna, ha sido divertido”.
No es fácil saberse enfermo y, como comúnmente se dice, estar echado pa’lante; menos cuando se sabe que la enfermedad es de las que llaman mortales porque los médicos pueden predecir con alto grado de seguridad cuántos días, semanas o meses le quedan de vida a un enfermo.
Por eso es motivante la actitud de Edith, quien además se prepara para participar en una obra de teatro e iniciar una filmación. En las fotos del pasado viernes vi a su lado a Lorenzo lo cual también es digno de encomio, pues cuánto ha de animar a la actriz saber que su compañero está a su lado cuando más lo necesita.
Larga vida a Edith y fortaleza de ánimo a Lazo.
3 de mayo, día de la Santa Cruz
Desde ayer Otatitlán, hermoso pueblo ribereño de la cuenca del Papaloapan, es un hotel gigantesco.
Son tantos los peregrinos que llegan al Santuario a visitar al Cristo Negro, lo mismo del sur del Estado que de Oaxaca, Chiapas y Centroamérica, que materialmente es imposible dar alojamiento a todos en las casas del lugar.
Pero –siempre me ha sorprendido y admirado– es tanta la creencia y la fe religiosa que a nadie importa dormir en las aceras, en el patio del Santuario o en todo espacio disponible al aire libre con tal de poder pasar a ver al Cristo milagroso, donde con mazos de albahaca ante su imagen todos se hacen una limpia.
Claro, la fecha también convoca a la feria del lugar, y todo es tan milagroso con un mole que venden en las fondas improvisadas frente al templo donde en muy grandes cazuelas las señoras que lo venden lo mantienen caliente listo para servirse. Nunca he probado uno igual en algún otro lado y, no es por presumir, cuidado que he recorrido una y otra y otra vez todo Veracruz.
Mis lectores saben que soy devoto del Cristo Negro. Los milagros que he recibido en los momentos más difíciles de mi vida y la de mi familia me llevan año con año al lugar, donde, además, voy al reencuentro de un Veracruz y de un México que casi se perdió ya en otros lados.
Qué hermoso atravezar el río Papaloapan, el río de Las Mariposas de Agustín Lara, en panga si entra uno por los pueblos a orilla de la carretera Cosamaloapan-Tuxtepec, Oaxaca, y encontrar la calidez de los pobladores, ver el campo sembrado de caña, de plátano, de árboles de mango manila, que según es el mejor del mundo.
Y qué decir de llegar al pueblo y probar unas “percheronas”, las paletas de frutas naturales que vende una vieja familia que ofrece un butaque para sentarse a disfrutar frente al parque del lugar, o ir a La Chinampa a probar una mojarra grande que apenas horas antes se deslizaba en el río, y si la ocasión lo permite disfrutarla con la jarana, el requinto y el arpa al lado escuchando las décimas del hijo ilustre de Otatitlán, Rutilo Parroquín, un gran arpista y repentista, músico de veras de estatura universal, quien no hablaba en prosa sino en verso.
Es tanta la riqueza cultural de Veracruz que ahí no necesitan de oficinas de turismo (¿los funcionarios de la Secretaría de Turismo del Estado habrán ido alguna vez a Otatitlán, sabrán dónde queda, de su belleza y de esta gran fiesta religiosa anual?): solos llegan miles y miles que convierten al pueblo en un escenario que de haberlo conocido Gabriel García Márquez lo hubiera inspirado para escribir una novela, como sólo él sabía hacerlo, una novela de realismo mágico.
Y, claro, hoy es también el Día del Albañil, de los amigos y maestros de la mezcla y la cuchara, a todos los cuales les envío mi felicitación y abrazo. Ellos construyen las casas, las residencias, las mansiones que nunca han de vivir. Al menos que la pasen de lo mejor este su día.
Claro, lector, te habrás dado cuenta que cambié hoy de temas. Y es que como tú, estoy hasta la madre de las miserias de los políticos y de las políticas, de tantas raterías, de tantos falsos redentores, de tantos salvadores del pueblo.