Tenemos que respirar y aspirar aire profundamente y tratar, hasta donde esto es posible, de mantener la calma porque la cosa va para largo.
Empieza a terminar, a partir de hoy, tal vez o sin duda la semana más negra en la historia de Veracruz, siete días que se cumplen mañana sábado que ni siquiera Dante imaginó en su Divina Comedia cuando escribió el Purgatorio y el Infierno; siete días que marcarán para siempre la vida de miles y miles de veracruzanos a quienes de buenas a primeros les cayó la desgracia total; siete días que a miles hacen reafirmar su fe en Dios pero también a miles dudar de su existencia; siete días que han dejado ya una Generación Karl, la de los niños que ya se dan cuenta de las cosas, que mientras vivan nunca olvidarán los días aciagos que están viviendo.
Hijos míos han estado participando en tareas de auxilio en la zona dañada y el testimonio que me platican me hace recordar lo que vivieron también los norveracruzanos en 1999, en especial en Álamo, donde cuando caminaba uno entre el agua alborotaba la pestilencia por los detritus a causa de los animales muertos, la basura, los desechos humanos, etc., y se vivía la impotencia con los damnificados que trataban de rescatar del lodo lo que podían. Me satisface que mis hijos sin ningún reparo hagan los que puedan por los infelices, pero también porque, estoy seguro, cuando terminen su tarea serán otros, ya que no es posible ver, sentir y vivir el infierno, la desgracia, y no sensibilizarse. Por lo menos valorarán o valorarán más lo que tienen.
Pero cuando se piensa que pasó lo peor, nos equivocamos. Apenas empieza. Amenazan las plagas, las enfermedades, pero más que nada el desaliento. Las mismas brigadas de auxilio le hacen el feo a meterse a sacar el lodo de las casas, que es lo más pesado, y muy pocos se deciden, se atreven; a muchos los hace desistir la pestilencia, la remoción de lo que ha quedado porque abajo encuentran animales muertos. Tenemos que rogar a Dios porque no nos golpee otra tormenta como Karl y acabe con las pocas fuerzas que les quedan a quienes viven la desgracia.
Tenemos que ser realistas y en especial el gobierno que viene debe y tiene que tomar conciencia de que el reto que le espera no es nada menor.
En Nueva Orleáns, luego de cinco años de que los golpeó el huracán Katrina (el 26 de agosto de 2005), la recuperación todavía va para largo, según constató personalmente el presidente Barack Obama la última vez que visitó el lugar el pasado 29 de agosto.
Si se recuerda, aquél ciclón fue de categoría cuatro (el que nos golpeó fue de categoría tres) con vientos de hasta 230 kilómetros y resultaron afectadas un millón y medio de personas. Pero, tiene que destacarse porque un nivel de diferencia no es mucho, el saldo mortal allá fue de más de mil 800 muertos cuando 80 por ciento de la ciudad de Nueva Orleáns quedó bajo el agua. Aquí se tiene registrada cuando mucho una docena, lamentable pero al fin y al cabo el menor daño personal.
Uno quisiera ser lo más optimista ante tanto dolor y destrucción, pero no resulta fácil. En Estados Unidos, hasta la fecha, se han destinado 143 mil millones de dólares de fondos federales a la reconstrucción, a la renovación de edificios públicos, puentes y caminos y a subsidiar a la población, así como a reforzar diques y represas pero, apuntaba líneas arriba, la tarea todavía va para largo. ¿De dónde, aquí, se va a sacar tanto dinero para la reconstrucción? Sin duda, los recursos del estado están ya comprometidos para el todo el próximo sexenio.
Hablamos de reconstrucción, pero hay cosas que jamás se podrán reconstruir ni recuperar, como los días perdidos en las escuelas, en la enseñanza; como la desaparición de playas; como los daños psicológicos a las personas.
Entre tanta desgracia, no sé qué tanto las iglesias, en especial la Iglesia Católica mayoritaria (mi Iglesia), aparte de las oraciones que está haciendo en sus templos, está llevando ayuda, auxilio espiritual a los damnificados. No sé que sacerdotes y menos los jerarcas estén en las áreas devastadas llevando palabras de aliento a los que sufren.
Sigo la información diaria –y aquí hago un amplio reconocimiento a mis compañeros y amigos reporteros, fotógrafos, camarógrafos, hombres y mujeres, por su alto sentido profesional, su trabajo sin descanso y su mística y función social, que no ven obstáculos para cumplir con su deber de informar– y me llama la atención advertir mayor nivel de resignación, como siempre, entre los pobres, y mayor inconformidad entre las personas de clase media, en especial de la clase media media y media alta y es comprensible.
Los jodidos –dicho sin ninguna intención peyorativa– tal vez están más acostumbrados a sufrir penurias y unas más no les cambia mucho su situación. Los más acomodados sufren doblemente tanto por lo que perdieron en lo material, sus pertenencias, como por, en especial, la comodidad que perdieron sin lo que ya les resulta difícil, casi imposible, vivir.
Por eso es que protestan y hacen más ruido y exigen más.
Entre tantas cosas, qué bueno que la dirigente estatal de la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos, Bertha Hernández Rodríguez y todo su equipo de trabajo, hombres y mujeres, sin hacer mayor ruido, sin ningún afán de publicitarse, sin fotógrafo al lado, han estado trabajando de sol a sol en La Antigua y llevando toda la ayuda posible.
Aquí sí es donde debiera abrir la boca el señor secretario de Turismo estatal para anunciar, informar, difundir, vociferar, convocar a ruedas de prensa, hacer carruseles por las estaciones de radio y televisión del estado y de la capital del país, para decir que Veracruz es muy grande y que no todo el estado está devastado, que buena parte de la entidad y sitios de atracción turística están intactos y trabajando con normalidad y que vengan, hoy más que nunca, a pasear al estado y con ello a contribuir a que no decaiga la economía más de lo que ha sido impactada ya.
Pero tenemos que llenarnos de paciencia y mentalizarnos de que el asunto no es fácil ni de corto plazo.