Se llama hybris o desmesura o borrachera de poder, un mal psicológico muy común en los dirigentes. El filósofo Bertrand Russell definía la enfermedad como “la intoxicación del poder”. Uno de los problemas que genera es creerse señalado por el destino e imprescindible en la historia.
Esto que apunto lo he leído –y de ahí lo he retomado para comentar– en un artículo que se publicó en la revista dominical EL PAIS SEMANAL del pasado 26 de septiembre con el encabezado: “Enfermos pero muy poderosos”.
El artículo gira alrededor del libro En el poder y en la enfermedad que acaba de publicar en Europa el ex diputado, líder del Partido Socialdemócrata y ministro de varios gabinetes británicos, pero también médico, David Owen.
El mal, dice Owen, si se une con un fuerte sentimiento religioso, se puede acentuar, y cita el caso del ex primer ministro británico Tony Blair, de quien señala que todavía da muestras de padecer el mal aunque haya dejado el cargo.
“Su frenética búsqueda de un papel internacional lo denota. Quiere erigirse en negociador principal para el conflicto de Oriente próximo cuando esa responsabilidad la sustentan más los estadounidenses”.
Refiere también el fanatismo iluminado del ex presidente George Bush quien, según solía decir, actuaba impulsado por una misión de Dios, que le habría dicho: “George, ve a atrapar a esos terroristas en Afganistán. Y lo hice. Luego me dijo: ve a acabar con la tiranía en Irak. Y lo hice”.
“Creerse insustituible, designado por los dioses, con la razón a toda costa pese a que la realidad les desmienta. Es lo que han sufrido Bush y Blair, además de otras cosas. El estadounidense ha estado marcado desde hace décadas por su pasado alcoholismo, y el británico ha ocultado durante años serios problemas cardíacos”, se dice en un texto que a manera de pie acompaña una fotografía en la que se ven ambos.
En el artículo de EL PAIS SEMANAL se preguntan si la tensión vivida en la crisis de los misiles cubanos por el presidente John F. Kennedy no hubiese sido menor si no la hubiera afrontado atiborrado de calmantes, ya que padecía de insuficiencia que afecta de manera total o parcial a las glándulas suprarrenales, debido a lo cual dependía de una terapia sustitutiva de hormonas. El malogrado presidente norteamericano sufría la enfermedad de Addison y fuertes dolores de espalda, y estuvo sobremedicado. Sus males –se afirma en el artículo– de haberse sabido, no le habrían llevado a la Casa Blanca. “Pero fueron tan intensos que el hecho de haberlos superado causa admiración”.
Según se refiere en el artículo, Owen se limita a analizar los casos de figuras políticas de los últimos 100 años y realiza revelaciones sustanciosas en lo que se considera un ensayo. Señala que la Europa de la II Guerra Mundial también padeció las enfermedades de sus líderes y sus tiranos.
Cita el caso de Winston Churchill, quien padecía una recurrente tendencia a la depresión, que él mismo llamaba el “perro negro”. No obstante, ni el miedo a esa depresión, ni un llamativo gusto por el alcohol, ni sus dolencias cardíacas le impidieron atajar el avance del fascismo.
En cambio Stalin padecía de paranoia lo que lo llevó, según relata David Owen en su libro –reseña el artículo–, a ordenar que dispararan a uno de sus guardias personales porque por equivocación, sin darse cuenta, hizo que le arreglaran unas botas para que no crujieran, de tal forma que Stalin se alarmó al comprobar que se acercaba sin que él pudiera oírlo, y entonces se empeñó en matarle. La obsesión por mantenerse en el poder a toda costa lo marcó.
Su paranoia se acrecentó a raíz de 1934 y a partir de 1950 decidió detener médicos temeroso de que fueran a matarlo. Por entonces sufría hipertensión y arteriosclerosis, y no llamaba a nadie si sufría ataques. O sea, paranoia pura.
Mussolini tampoco se salvaba, ya que padecía úlcera gastroduodenal, aunque su mayor problema fue su pérdida de contacto con la realidad y su trastorno bipolar, algo que, en cambio, Hitler no padeció ya que fue siempre consciente de sus decisiones y era difícil diagnosticarle enfermedades mentales. Afirma que engañaba con las apariencias, ya que el hecho de verle enfurecido en sus discursos no significaba que sufriera males que le convirtieran en inútil, sino que era pura propaganda, una mera estratagema para recavar (volver a cavar) y conectar con el odio creciente de una nación humillada.
Pero afirma que, sin duda, sufrió hybris y psicoverborrea también y que unos estudios le definen como psicópata neurótico; otros, como obsesivo por el miedo al contagio por vía de sangre, y que ha sido probado que durante toda su vida le afectó la monorquidia, o sea el hecho de tener solo un testículo, ante lo que su médico personal le prescribió inyecciones de testículo de toro con azúcar de uva.
Sostiene el autor del libro que la aparición del párkison con temblores en la mano izquierda pudo afectarle en decisiones clave, pero también la cocaína que consumió, recetada por sus médicos en los días en su búnker, lo que le condujo a una mayor irritabilidad y decisiones compulsivas.
Me pregunto cuántos casos de políticos, de gobernantes enfermos en nuestro país, en nuestro estado –gobernadores, senadores, diputados federales y locales, presidentes municipales, dirigentes de partidos, secretarios de despacho– ha habido pero han ocultado muy bien su padecimiento con tal de estar en el poder, pero también quién sabe qué tanto, en el caso de que haya habido o cuando se han dado casos así, las decisiones que han tomado han afectado a sus propios colaboradores o la buena marcha de sus colectividades.
Creo que en el caso concreto de la hybris o desmesura o borrachera de poder, por lo menos a un político conocemos o hemos conocido en nuestra vida, porque eso es difícil, por no decir que imposible, de ocultar, porque salta a la vista y lo advertimos todos. Una cosa es cierta, sin lugar a dudas: de que hemos tenido a quienes se han creído iluminados por Dios, a alcohólicos, a quienes se han creído insustituibles o a paranoicos, los hemos tenido, acaso los tenemos, eso que ni qué. ¿Usted conoce o ha conocido, padece o ha padecido a alguno? Haga memoria y luego platicamos.