¿En dónde está el infierno? ¿Acaso está abajo en algún lugar de la Tierra o en el centro mismo de nuestro globo terráqueo? En nuestra cultura, o por lo menos en la mía, desde niño crecí con la idea de que el averno está debajo de nosotros y que es un lugar ardiendo siempre a muy alta temperatura donde van a parar los que se portan mal. Acaso esta idea me la transmitieron o me la formé de la tradición que –esa explicación quiero creer– seguramente se formó a partir del Infierno que pinta Dante en La Divina Comedia donde se inicia la narración hablando de un descenso y se describe la morada de Lucifer como un cono con la punta hacia abajo.
(De niño mi fantasía se alimentaba también con la idea de un cómic, Los Súper Sabios, de Germán Butze –los jóvenes debieran ir a ese clásico de los cómic mexicanos– cuyos personajes Paco, Pepe y Panza, ubicados en algún lugar del planeta pretendían llegar a China, que estaba en el otro extremo, excavando, perforando, para abrir un largo boquete que sirviera de túnel y se pudiera viajar en línea recta, aunque nunca se llegó a hablar en la historieta de que pudieran toparse con el Infierno porque siempre surgía un problema técnico y no podían avanzar más hacia el centro de la Tierra y con eso se daba fin al capítulo semanal)
No sé si esta pregunta de en dónde está el Infierno, si abajo o a ras de superficie, se la llegó a plantear, mientras permaneció a más de 600 metros bajo tierra, el minero chileno Johnny Barrios, y es que él sí ya probó y comprobó lo que es vivir abajo, en algún círculo de los que pinta Dante, y quién mejor que él y sus demás compañeros de aventura para establecer comparación entre vivir abajo y vivir arriba.
¿Por qué tiene que ser precisamente él quien podría establecer mejor que nadie la diferencia? Porque, pienso, no obstante los días difíciles –69– y a veces sin esperanza de salir con vida que pasó, a lo mejor allá abajo tuvo un remanso que no tiene o disfruta arriba donde tal vez vive su verdadero Infierno. ¿De dónde sacó esta especulación? De una nota informativa, entre tantas que se han publicado sobre el caso, de que la esposa de Johnny durante 28 años, Marta Salinas, tan pronto estuvo todo listo para que se iniciara el histórico rescate dijo que no iba a estar presente en el esperado momento cuando saliera su hombre porque iba a asistir la “otra”.
Como si algo faltara para saciar y coronar el apetito informativo de tan grande proeza y de un verdadero milagro, diría yo, Marta Salinas expresó: “Estoy contenta porque se salvó, es un milagro de Dios, pero yo no voy a ir a ver el rescate. Él me lo pidió, pero resulta que también invitó a la otra señora y yo tengo decencia. La cosa es clara: ella o yo”.
Cómo la ve querida lectora, querido lector. Con la moral por delante y macha además. Ella es decente, dice, y además es tajante: ella o la “otra”.
Pero dio razones además que bien pueden victimizarla porque no obstante la ofensa que le hace su esposo al invitar también a la “otra”, no le desea mal, no expresa nunca que se pudra en el infierno (aquí sí literalmente) aunque sí demuestra coraje: “Ni por la tele lo voy a mirar, además que en las conversaciones por teléfono y las cartas que me ha enviado tengo claro que está bien y con eso me basta”. Buena onda, ¿no?
¿En dónde, pues, puede estar el Infierno para Johnny Barrios? Porque resulta que –siempre de acuerdo a la nota informativa que manejaron diversas agencias– Marta Salinas no es tan pacífica, reflexiva y conforme como parecieran reflejar sus declaraciones ya que protagonizó un fuerte altercado con la amante de su marido, Susana Valenzuela, la “otra”, e incluso vociferó que su caso lo conocen todos, incluso la Presidencia de su país.
“En La Moneda (el palacio presidencial) conocen mi problema y la primera dama (Cecilia Morel) me dijo que no era mala mi decisión de no ir, de dejar que vaya ella (su nueva pareja, o sea Susana) tranquilamente”, dijo Marta a los periodistas. Pero resulta que el presidente chileno Sebastián Piñera pensaba diferente que su esposa –¡oh, my God!– y según rumores de prensa intentaba asegurar la presencia de la esposa “legítima”.
Al momento de redactar estas líneas no se sabía si fue o no, pero lo que sí, era evidente que al instante de volver a la vida terrena, a la normal de todos los mortales, Johnny volvería a su infierno diario pues de entrada (o de salida, en este caso), si es que al final ambas se presentaron, no sabría a quién dirigirse y abrazar primero, si a la “legítima”, Martha, o a la “otra”, Susana, y con quién y a la casa de quién se dirigiría. Un verdadero Infierno, no cabe duda.
¿En dónde, pues, está el Infierno? ¿Abajo, en algún lugar, en una caverna, qué se yo, donde las llamas nunca se apagan y torturan incesantemente a quienes han sido condenados por sus malas acciones en la Tierra? ¿A ras de tierra, en nuestro mundo habitable? ¿Acaso sólo en nuestra imaginación? ¿O todo es producto de las Iglesias para que nos acojamos a Dios? ¿Acaso es el mismo Diablo el que nos hace plantearnos el dilema de dónde ubicarlo como una forma de tortura? ¿Es que está tan cerca de nosotros, al alcance de nuestras personas, tanto que basta sólo nuestra propia acción para crearlo a nuestro alrededor? ¿Existe en un lugar fijo o donde nosotros lo queramos ubicar?
Tal vez Johnny Barrios, ya en la comodidad y en la soledad de su hogar –en cualquiera de los dos que sea–, reflexione ahora y llegue a la conclusión que no, que el Infierno no está allá abajo, que sólo fue la imaginación de Dante la que lo ubicó ahí, que cada quien puede tener el Infierno que quiera y donde quiera y que él, con Marta y con Susana, creó el suyo propio.