¡Carajo! Quién lo diría. Luego de tantos y tantos años de sortear los más difíciles escollos de la política, de atravesar y salir intacto de los procelosos pantanos del Congreso de la Unión (Cámaras de Diputados y de Senadores), de sortear las fieras más fieras del bosque priista, de enfrentar con éxito dos administraciones panistas federales, de dejar atrás a sus enemigos políticos personales, de casi hablarle de tú a tú a Stan, a Karl, a Matthew, de aguantar bien todos los periodicazos del tamaño que sean, de que le hicieran lo que el viento a Juárez los panistas locales, luego de enfrentarse y superar la más temible fauna política, por fin, a estas alturas de su vida personal y política, un poco para desgracia suya cuando está a punto de concluir su gestión gubernamental, a Fidel Herrera Beltrán le surgió un enemigo de su tamaño o casi de su tamaño que si no lo tiene arrinconado en el ring si intenta llevarlo hacia las cuerdas, un enemigo que sí le está exigiendo, de verdad peligroso para él, que amenaza con echarle a perder el cierre final.
A Fidel lo recuerdo desde jovencito (somos generacionales), desde que el candidato al gobierno del estado Rafael Hernández Ochoa lo llevó de orador en su campaña (entonces se acostumbraba, o por lo menos don Rafael así lo acostumbraba, que en pueblo pequeños, o bien para descansar o bien porque se le acababa el rollo, designaba a un orador para que hablara en su nombre, Fidel uno de ellos, Zaida Lladó, otra, etc.), o cuando pasaron frente a Los Berros él y un grupo de jóvenes de entonces, Everardo Miguel Serna, uno de ellos, un famosísimo porro de la época, codo a codo con el presidente Echeverría rumbo al Estadio Xalapeño, o cuando muy joven ya titular del PRI en el Distrito Federal don Jesús Reyes Heroles al ser obligado a dejar el CEN del PRI por el propio Echeverría lo mandó traer para encargarle que no le faltara nada a uno de los grandes epigramistas que ha tenido México, Francisco “Pancho” Liguori, de Orizaba, a quien protegía, o cuando fue diputado federal por Pánuco, o cuando venía en giras de trabajo como diputado federal y bajaba del helicóptero con el presidente Carlos Salinas, o cuando estuvo en Gobernación (ahí me presentó a su amigo el periodista Andrés Oppenheimer) o ya en el CDE del PRI o en el Senado, en fin, creo que lo conozco un poco pero nunca antes había visto que alguien lo amenazara en serio.
“Beto” le dicen en el diario porteño Notiver, dónde más se ha mostrado su peligrosidad. En efecto, Heriberto Félix Guerra, el secretario de Desarrollo Social, enviado y designado por el presidente para representar al gobierno federal en las tareas de auxilio, apoyo y reconstrucción de los daños causados por los últimos fenómenos naturales, está logrando lo que ni los millones y millones y millones de pesos desde Los Pinos le inyectaron a la pasada campaña electoral para desestabilizar al gobernador de Veracruz, y no porque tenga poder económico (es empresario sinaloense, fue presidente de la Canacintra de su estado), ni porque está casado con un ilustre apellido, con la señora Lorena Clouthier, hija del famoso Maquío, ni porque traiga la experiencia de haber sido candidato panista (perdedor) al gobierno de Sinaloa, no, por nada de eso, sino por su audacia, por su… ¿instinto? para percibir qué le gusta a la raza jarocha y meterse de lleno en el alma del pueblo que sabe sufrir y cantar bajo las palmeras borrachas de sol.
¿Qué pasó con Beto? ¿Cómo le hizo? Primero llegó como el señor secretario de Desarrollo Social del Gobierno Federal, como don Heriberto Félix Guerra; luego le bajó un poco y pasó a ser el secretario Félix Guerra; más tarde se transformó en sólo el titular de la Sedesol, así, hasta que llegó a ser simplemente “Beto”, quien sin sentirlo, de la formalidad de funcionario federal ha pasado a la de un rumbero y jarocho más, que le está disputando palmo a palmo las primeras planas a nuestro gober, que cuidado que para que alguien sea capaz de atreverse a tal hazaña deveras que le zumba, como decimos por estos lares.
La fotografía de ayer en la primera plana de Notiver es más que ilustrativa, habla por sí sola. Se ve a un hombre feliz, el más feliz de la Tierra en ese momento (seguramente) pues baila con una joven (¿su hija?, ¿una joven jarocha?) de buen ver y mejor tocar, como dice Catón, dicho con todo respeto para la joven, dicho como un verdadero halago, de cachetito, se ve que la aprieta nada más un tantito con la mano derecha casi a la altura de la cintura y con la izquierda la toma de deditos cruzados, él un poquito inclinado sobre ella y la sonrisa lo dice todo, todo lo que se dice todo. La fotografía se observa mejor por más completa en el portal de internet, y a un costado se alcanzan a ver a dos músicos, un guitarrista y un trompetista. ¿Qué pieza bailaban? Pero el hombre no paró ahí por lo que se advierte en otra fotografía de menor tamaño enseguida abajo.
En esta toma se ve con una guitarra o con un requinto con un grupo de jarochos y según una crónica, en otro acto, al término de una jornada de trabajo con el gobernador, se echó un “palomazo”, tomó un güiro y se puso a versar.
Ahí sí el gober tiene que tener cuidado, porque Beto es capaz de todo con tal de llamar la atención: si tiene que parecer priista, se viste de rojo; si tiene que meter la cabeza en las bocotas de los cocodrilos de La Antigua, lo hace; si tiene que lucha contra un tiburón en el Acuario, también; si tiene que vestirse de bombero, igual; si tiene que pararse en un céntrico crucero y hacerla de tragafuegos, se echa el buche de gasolina a la boca; si tiene que bailar de cachetito con una linda jarocha, venga más; si tiene que trovar, para luego es tarde. No, nunca le había conocido a un competidor igual a Fidel. No hay que dejarse gober.
Lo menos hay que pedir que ya se lo lleven antes de que acabe con el cuadro. ¡Ah, Beto, Beto! Ya el domingo dijo que tiene el “corazón jarocho” (hágame usted el refabrón cavor) y que no aspira a la Presidencia. Y que suene La Bamba.