La verdad, yo nunca pensé formar parte del PRI, ni como dirigente y menos como militante, como tampoco pasó por mi mente formar parte del Gobierno del Estado, y sin embargo las circunstancias me llevaron a una y otra institución ocupando puestos directivos. Hoy, 28 años después, no tengo ninguna duda lo bien que me hizo para mi formación periodística, porque me permitió conocer las entrañas del monstruo político ya partido, ya gobierno.
¿Por qué traigo a cuento lo anterior? Porque en unos días, en unas horas más, con la conclusión del actual Gobierno del Estado cerraré un ciclo de mi vida y porque quiero agradecer a muchos amigos, a muchos deveras –y le doy a Dios gracias por ello–, hombres dedicados a la función pública-política o editores de medios que me han hecho ya propuestas formales de trabajo en forma inmediata, el último anoche Francisco García del periódico La Razón de Tampico, medio para el que me pidió autorización para publicar mi “Prosa aprisa”.
Deseo, necesito tomar un descanso. A la función pública no pienso volver más, ni a la dirigencia partidista, pero estoy muy agradecido por las invitaciones recibidas. Permaneceré como editor en la Universidad Veracruzana y escribiendo esta columna y cuando el tiempo me lo permita volveré al trabajo de reportero, que me gusta mucho. Yo siempre admiré al inolvidable maestro Alfonso Valencia Ríos, de El Dictamen de Veracruz, quien murió con las botas puestas como reportero, algo que me fijé también como meta final de mi vida y que espero cumplir al pie de la letra.
Qué no vi, qué no escuché, de qué no fui testigo, de qué no tuve información de primera mano sobre decisiones políticas partidistas o de gobierno. Muchas cosas están archivadas en mi memoria y tendrán la mayor secrecía a la que me obliga mi ética personal, pues fueron dichas o tomadas ante mí confiando en toda mi reserva ante asuntos delicados, a veces muy delicados.
Alguna información, la que considero que no tiene por qué no saberse, la utilizaré cuando la considere necesaria. Pero lo que sí puedo afirmar con certeza es que aprendí a conocer la psicología de los hombres y de las mujeres del poder, en el poder o con poder político, algunas veces incluso sus miserias humanas, y por eso no me extraña nada cuando los veo cómo actúan.
Ese conocimiento que adquirí me ha enseñado muy bien, perfectamente bien, cuando el político, el hombre en el poder, se transforma para mal, que su ciclo es limitado y que, en el peor de los casos, no hay mal que dure más de seis años. Nada más.
Aprendí plenamente que la relación entre el político y la prensa nunca será fácil, pero que la prensa, que el periodista, por la permanencia de su ejercicio profesional, siempre tendrá tiempo de sobra para cobrar agravios cuando los reciba del político y, claro, cuando quiera cobrárselos; que hay un elemento o varios que hacen que el hombre más sencillo, modesto a veces, amistoso, una vez investido de poder, se transforme hasta grados desconocidos e incluso llegue a adoptar hasta actitudes de perdonavidas. Para él todos son unos pobres pendejos o me valen madres al que hay que romperle la madre si se pone enfrente, si critica o si se constituye en un obstáculo para algún interés determinado.
Contra lo que muchos compañeros reporteros o periodistas creen o piensan, yo sí creo que lo ideal sería que todos pasaran alguna vez por un área de prensa oficial. Enseña mucho. Aprenderían que las cosas no son simples, ni sólo como se ven desde fuera. Que aquí si aplica que se puede pasar por el pantano sin manchar el plumaje si se quiere que así sea, aunque hay quienes quedan atrapados o se dejan atrapar y devienen en lo que tanto criticaban.
En realidad, y no lo digo como reproche sino como agradecimiento, fue “Yayo”, Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos, quien me invitó a colaborar con él en el área de prensa del PRI estatal en 1982, cuando llegó como presidente. Repelía yo ese partido y rechacé la invitación. Por una vieja amistad y como un favor –que yo le debía porque él me ayudó para que me iniciara en el periodismo– me propuso entonces que en tanto encontraba quién se hiciera cargo de esa área lo ayudara recibiendo la oficina. No me pude negar a condición de que no apareciera mi nombre ni se dijera que yo estaba al frente.
El resultado fue que estuve en más de una ocasión al frente de la oficina de prensa del PRI estatal y de la Dirección de Prensa del Gobierno del Estado con diferentes gobiernos. Pero eso ha llegado a su fin.
Los ciclos se cumplen en la vida y hay que estar conscientes de ello. Los cambios son necesarios y sanos. En lo personal –y quizá lo digo porque nunca ambicioné tener poder político y ni siquiera me llamó la atención ser el jefe de manzana de mi colonia (Yayo alguna vez me propuso que fuera candidato suplente a diputado federal por el distrito de Coatzacoalcos, de donde soy nativo, cuando no había oposición, lo que garantizaba el triunfo y la posibilidad de ocupar alguna vez la titularidad)– creo que los que ya bailamos (y muchos ya bailamos mucho) debemos dejar que otros lo hagan ahora, sobre todo nuestros jóvenes entre los que se encuentran nuestros hijos.
Pero, claro, porque conozco la manera de pensar de los políticos me deben tomar por un insensato por decir esto. Ellos se aferran al hueso, al presupuesto, pero más que nada al poder y no se conforman con mamar de la ubre sino que poco a poco, conforme pueden, van acercando a los hijos y a toda la parentela.
Pero con esto no quiero decir que el ejercicio político en sí sea malo. Lamentablemente así es en nuestro sistema. Y tampoco puedo dejar de reconocer que hay hombres y mujeres comprometidos deveras con ellos mismos, con la sociedad, con buenas ideas, con ganas de servir, honestos, muy preparados académicamente, pero a los que no se deja llegar o si llegan no se les deja actuar como debieran.
En fin, todo esto para decir que he cumplido un ciclo en mi vida del que me siento contento y del que aprendí mucho sobre política y sobre nuestros políticos y que los políticos, como dijera el filósofo de Gúemez, actúan como actúan porque son como son.