¡Carajo! Como si el panorama no se presentara sombrío, resulta que ahora la periodista Sonia García, ex directora del Diario de Xalapa, ¡tiene piojos! Y creo que todavía peor, ¡todas sus compañeras de trabajo, en Barcelona, España, lo saben!
No. No me lo chismeó naiden. Ella misma lo da a conocer en un columna que publica en el recién inaugurado diario xalapeño Oye Veracruz y que ayer tituló “Piojos europeos”.
Según la colega y amiga, ella nunca tuvo piojos en México y creía que era una plaga que ya había sido erradicada en España, hasta que se contagió “y con toda la vergüenza que eso produce” ha tenido que contárselo a sus compañeras de trabajo, casi todas mujeres de pelo largo y bien aseado, “como yo, por supuesto”.
¿Y entonces qué sucedió?, se le preguntaría a la chaparrita. Ella se atreve a especular: los piojos son animales que últimamente parecen disfrutar de cabellos limpios y de comer sobre pieles sanas y con olores a jabón fino.
Lo que ha ocurrido, le comentó el dermatólogo, es que las personas recurren irremediablemente a tratamientos esporádicos que no siguen al pie de la letra, por lo que los animales se hacen resistentes y sobreviven, igual que las cucarachas, a cualquier cataclismo o proceso de exterminio.
Como buena periodista que es, Sonia no se ha quedado con las ganas de saber más sobre los piojos y nos documenta que el insecto se alimenta de la sangre que chupa de las personas, tanto que podrían ser un émulo de los actores que interpretan la famosa saga de Crepúsculo, “pero no, por el contrario, son horribles, desagradables y causan una picazón extraordinaria”.
Pero le descubre una cualidad al animalito: su condición democrática y plural, porque –afirma – el contagio o picazón del cuero cabelludo es independiente de la edad escolar, de la clase social, del sexo o de cualquier origen étnico de las personas.
La única ex directora que ha tenido hasta ahora el Diario de Xalapa recuerda que cuando era niña, en el pueblo de sus padres (si no mal se, en el estado de Puebla) el peor insulto que podía decírsele a otra compañera de juegos era “india piojosa”, pero dice que ha quedado desfasado por completo sin que la información que le proporcionó el dermatólogo (que ataca sin distinción) “aplaque mi sentimiento de indefensión y mi complejo de «india piojosa» que ha resurgido con tanta fuerza como la epidemia de piojos en España”.
La periodista no puede dejar de evocar su país y recuerda que en México antiguamente para tratar el contagio se utilizaba un medicamento propio para los animales, que llevaba una sustancia llamada Lindano, que era súper efectiva y que supone que generaba contraindicaciones porque la han retirado del mercado y, claro está, en España no la venden (yo recuerdo que en mi natal Coatzacoalcos, para cuando a alguna de mis hermanas la contagiaban en la escuela, mi madre siempre estaba preparada –se daba cuenta del mal porque la afectada se empezaba a rascar la cabeza– y entonces sacaba un peine Pirámide negro con dientes muy cerrados a ambos lados, tan cerrados que cuando lo empezaba a pasar por el cabello de su hija los bichitos empezaban a caer como cuando caen las manzanas maduras al sacudir el árbol y los que quedaban en el regazo de su mandil los mataba haciéndolos tronar al presionar una uña contra otra de los dedos gordos de sus manos; a ese peine lo llamaban “escarmenador”, recuerdo muy bien, pero dejo que siga Sonia).
Narra la colega que en la madre patria venden medicamentos con permitrina, que en lugar de curar aumentan la comenzón y quizá no erradica del todo a los “espantosos animales”. “Dicen que éstos hacen resistencia y corre el rumor de que los laboratorios esparcen las liendres, para que puedan seguir vendiendo sus caros medicamentos antipiojos”.
Sonia, como buena mexicana, tiene su propio remedio (quién en México no tiene su propio remedio para cada cosa). Cree que la cura natural y más efectiva sigue siendo el vinagre o el alcohol, a la manera de las abuelas, mojándose perfectamente la cabellera, poniéndose una gorra de plástico por algunas horas y luego recurriendo a un peinado con el famoso quitapiojos, “que es un peine con los dientes muy delgado que evita que las liendres se queden enredadas entre el pelo” (debe ser el famoso “escarmenador”).
Para no descartar nada, dice que ha probado con todo lo que le han dicho y recomendado y ha acabado con los piojos en su cabeza y espera que en toda su casa donde ha hecho limpieza de sábanas, muebles y el piso. Lamenta que no se pueda deshacer de sus abrigos porque ha comenzado el invierno europeo y teme que quizá hayan guardado entre sus pliegues alguna liendre.
“Ojalá que el elegante y melancólico invierno pase pronto y vuelvan rápido los cálidos y explosivos días de primavera”, expresa, y yo le digo desde Xalapa, ojalá, pero también ojalá y mientras tanto disfrutes mucho de ese café que sólo en Barcelona se toma y de los bocadillos con los que uno se desayuna junto con los “zumos” (jugos) de naranja y de las magdalenas y de la butifarra y de los pinchos y de toda la rica gastronomía catalana (¿ya acabaron de remodelar el mercado de San Antonio?), y como de Barcelona se habla, aprovecho para enviar un abrazo con todo mi cariño y mi calor a mi amiga Araceli Trujillo Landa, una exitosa cirujana plástica de Tlapacoyan que trabaja allá en famosa clínica, así como a su esposo Jean Van Dijk, un joven y amistoso holandés, a Danielita su hija, a quienes siempre agradeceré su anfitrionía y atenciones cuando he ido.
Pero, Sonia, de una cosa seguro que sí puedes presumir frente a nosotros indios piojosos de tercer mundo: tus piojos son de primer mundo, acaso y hasta descienden de los piojos que se pasearon por la cabellera de Maximiliano y Carlota o, por qué no, del propio Miguel de Cervantes Saavedra, y eso nadie te lo quita. ¿O no?