Lo que se percibe en el ambiente político en especial, pero también en el periodístico y de la población en general, es que se vive un estado de expectación a raíz del cambio de gobierno, y que a nueve días de la nueva administración, aunque se habla de cambio, hay quienes todavía no creen que será en serio y aunque hay signos nuevos, no se sabe si sólo son cosméticos o alumbran un nuevo estado de cosas de gran profundidad.
He platicado con algunos actores políticos bien colocados en la nueva administración y por lo que percibo hay la más firme decisión del gobernador Javier Duarte de mantener un respeto absoluto a la persona de su antecesor incluso de cuidarlo, pero, contra lo que todavía algunos pretenden hacer creer, es el nuevo ejecutivo y nadie más que él quien toma las decisiones.
Por naturaleza, con el cambio de hombres en el gobierno tienen que haber cambios en la forma de la conducción pues cada quien tiene su estilo personal, pero sobre lo que hay expectación es por el cambio sustancial en la política pública, en la toma y en la ejecución de decisiones, las que afectan la vida del estado.
Es muy temprano para intentar una evaluación sobre si en efecto ha habido cambios de fondo y si han sido buenos o no acertados, pero lo que sí percibo es que una gran parte de la población ve con esperanzas que el nuevo gobernador no se pierda y pierda el rumbo y caiga en errores del pasado, por lo que mantiene intacto el capital de confianza de quienes votaron por él.
Percibo una especie de confusión y de indefinición con respecto al nuevo gobierno por parte de muchos interesados, en especial por quienes buscan un beneficio personal pero también por quienes no quieren perder privilegios y, más, por quienes quieren medrar o seguir medrando a costa del patrimonio de todos los veracruzanos.
De que ya empezaron los cambios, ni dudarlo, y de que lo perciben los veracruzanos y a algunos no les gustan, también, por ejemplo como el de controlar ahora la entrada y salida en el Palacio de Gobierno, una puerta, la principal, exclusiva para los empleados, me dicen que para evitar que entren y salgan como Pedro por su casa y no abandonen en horas de oficina su trabajo, y otra, la que da al parque Juárez, para los externos, que tienen que identificarse y decir a qué van, en una medida similar a la que implantó el gobierno de Miguel Alemán Velasco, o las vallas metálicas, también implantadas por el régimen alemanista, para controlar el movimiento de los reporteros, quienes hasta hace diez días podían acercarse hasta para dar piquetes de ombligo si querían al gobernador recién ido.
Pero otros cambios que se percibieron desde un principio fueron el de eliminar el color rojo como distintivo del gobierno y usar un logo multicolor y el de evitar las declaraciones de prensa hasta el máximo o casi en su totalidad al grado que, según escuché de alguien enterado, no gustó al nuevo ejecutivo que el secretario de Comunicaciones, a las pocas horas de que habían asumido el cargo, saliera a hacer declaraciones como las hacía a diestra y siniestra en la administración de la que formó parte.
También, contra lo que en especial un personaje indudablemente de mala fe insiste en hacer creer que el anterior mandatario sigue interviniendo en las decisiones actuales, tengo información de primera mano de que sin ninguna consideración entrando la nueva administración se dio de baja a varios familiares del anterior titular y a recomendados de ellos, de algunas nóminas en las que estaban como trabajadores, no obstante que hicieron pataletas. La notificación fue: órdenes superiores.
Igualmente tengo información de que, no se crea, un ejército de contralores está en cada dependencia auditando y que en algunos casos ni bien se iban los que se tenían que ir cuando ya estaban invadiendo sus oficinas los investigadores administrativos.
Y las revisiones las hacen no sólo los contralores sino los propios nuevos titulares de las dependencias por instrucciones del ejecutivo, que escudriñan con lupa todo lo que recibieron, y en las horas y en los días y en las semanas por venir, muchas personas que no justifican por qué están en una nómina serán dadas de baja, me dicen que se trate de quien se trate.
Cuando he hablado con personas de adentro que saben lo que dicen y he puesto en duda que se llegue a fondo en los cambios e incluso he hecho ver el riesgo de que se desate una campaña de prensa en contra, además de que me han dicho que para ello el ejecutivo se apegará a la ley y que a ella sujetará sus actuaciones, que cumplirá lo que ofrezca para tener la confianza ciudadana, me han dicho también en forma contundente algo que me ha llamado poderosamente la atención: no le interesa ser popular.
Habrá que dejar que pase el tiempo para confirmar si no se variará el rumbo de lo que ahora está decidido, pero me llama la atención en lo personal y por el contacto que a diario tengo con gente de la calle, de la de a pie, que hasta ahora ven con buenos ojos los primeros signos de la nueva administración y que no dudarían en apoyar al nuevo régimen si en efecto decidiera acabar con viejos vicios, viejas y nocivas prácticas, privilegios, impunidades…
Me llama la atención que esta administración no empezó con un golpe mediático como la de anunciar un programa de 30, 60, 90, 100 o 120 días para resultados inmediatos, y que en cambio, de la forma más callada, está actuando, haciendo cambios de funcionarios de distintos niveles que se negaban a renunciar y a dejar sus oficinas, y que algunos piadosos nuevos funcionarios han decido no remover a personal de nivel más bajo, para que pasen un diciembre tranquilo con la familia, una feliz navidad con los suyos, dicen, pero que ya tienen tomada la decisión de que pasado el día de los Reyes Magos los despedirán sin más.
Acaso con los cambios que se esperan, de fondo, y sin mayor alharaca, el gobierno de Javier Duarte se legitime con la casi otra mitad que no votó por él. Acaso. Habrá que esperar.