En este espacio me he venido ocupando de la nueva política de comunicación social de la administración recientemente estrenada, que ciertamente marca una enorme distancia respecto del gobierno inmediatamente precedente.
Acostumbrada como ha quedado la mayoría del gremio periodístico –por lo menos en Xalapa, la capital– de pensar que hacer periodismo era entrevistar sólo al gobernador y por tanto darle casi sólo voz a él y atenerse a su dicho y publicar notas que casi se referían sólo a él, creo que para la esencia periodística las nuevas disposiciones que se han tomado en el gobierno del estado son una gran oportunidad para reinventar el periodismo en Veracruz y que así hay que verlo en lugar de pensar que se está atentando contra la libertad de prensa o que se está agrediendo o se pretende agredir al periodista.
Cuando digo que es una oportunidad para reinventar el periodismo me refiero a que se debiera aprovechar este alejamiento forzoso y obligado que se está empezando a dar entre el poder público y la prensa para que los reporteros vuelvan a la nota informativa investigada, a la crónica de tantos sucesos que se dan a diario, a la nota de color, a la entrevista, al reportaje, a cubrir y redescubrir la nota cultural, la científica, que en especial en la capital hay tanto personaje serio, importante y bien informado del que casi nadie sabe porque nadie se ha querido ocupar de él no obstante que tienen tanto qué decir.
El vicio de atenerse sólo a la voz oficial empezó a darse hace mucho tiempo, no es de ayer aunque apenas ayer se acentuó, cuando el periodismo que practicamos los viejos reporteros de hoy empezó a tornarse en el trabajo del menor esfuerzo, a lo que en parte contribuyó la llegada de la grabadora, de la que prescindíamos. Pronto los reporteros ya sólo llegaban –y siguen llegando– al sitio público centro de la reunión de cualquier comunidad, pueblo o ciudad, para “entrevistar” al primero que encontraran, le ponían –le ponen– la grabadora enfrente y sanseacabó, lo mismo pasaba –y pasa– con los actos oficiales, que llegaba –y llega– el reportero, pone la grabadora encima o cerca de la bocina y se sale a cotorrear con los cuates por lo que no refleja en sus notas matices, gestos, intenciones del llamado lenguaje no verbal, por lo que ofrece notas muy frías como el frío que ahora nos azota; con el agregado de que incluso muchas veces ni están en la entrevista ni van a los actos y se contentan con irle a pedir al compañero que le preste su grabación pero eso sí al otro día aparece la nota con su firma.
Si el gobierno no quiere hablar o no quiere hablar mucho, está en su derecho, pero también el reportero, el periodista, de buscar la información donde sea, como sea, como un verdadero sabueso, que eso fue los que nos enseñaron nuestros viejos maestros, no los de la facultad, que, salvo excepciones, saben de teorías de la comunicación pero no de periodismo porque nunca lo han practicado, nunca lo han vivido, sino los maestros del oficio que uno conocía en la redacción.
Es obligado referirme al maestro Luis Velázquez Rivera porque es los pocos de mis contemporáneos que siguen en la brega diaria con la misma enjundia de su juventud aunque ahora con maestría y sabiduría, y al que pongo como referente de aquel periodismo si se quiere hasta idealista, romántico, en el que disputábamos de verdad las exclusivas y en el que era un verdadero honor, que nos sabía a gloria, que nos dieran las ocho columnas en nuestros respectivos medios (aprovechando y ante las preguntas que hizo, que me hizo, en su excelente trabajo –como todos los suyos– publicado el pasado viernes en el diario Imagen de Veracruz, cumplí mi ciclo haciendo periodismo político oficial el pasado 30 de noviembre, por lo que no laboro más en el gobierno del estado y menos soy vocero oficial; de la vida me jubilaré cuando Dios lo decida, sigo escribiendo mi columna y trataré de hacer periodismo independiente en el tiempo que me quede libre en mi trabajo como editor de la Universidad Veracruzana; y del trabajo que como reportero realicé en el pasado ahí están las hemerotecas).
Restricciones oficiales las había antes como las hay ahora y como seguramente las continuará habiendo, pero ese era nuestro mérito: sacar la información como dice el ex gobernador Agustín Acosta Lagunes que a veces se saca oro de las piedras, con un trabajo duro y dale, persistente, en el que había que enamorar a la secretaria, sobornar si era preciso aunque no ético al ujier, al chofer, al guardaespaldas, a la cocinera, al jardinero, pero la información y exclusiva la obteníamos y la presumíamos como verdaderos trofeos de guerra.
Recuerdo que en el primer libro de periodismo que leí –Periodismo trascendente– de Salvador Borrego (sólo con los años llegué a saber que era un panista de los más conservadores), ese maestro decía que lo único que no se valía era que el reportero llegara a su redacción con las manos vacías pues al día siguiente no se podía publicar el periódico con las páginas en blanco diciendo: ayer no hubo información.
Ahí está la oportunidad ahora para redescubrir las fuentes inagotables que hay de información en todo el estado y no sólo en las ciudades emblemáticas de Xalapa y Veracruz; de investigar, por ejemplo, entre verdaderos especialistas, qué está causando el síndrome de Guillain-Barré en la región de Orizaba, una enfermedad muy rara en el mundo, pero también de investigar si, por ejemplo y se me ocurre, se garantizan todas las medidas para evitar que la nueva fábrica de cementos de Apazapan llegue a afectar a los habitantes de esa comunidad y otras aledañas y si no se van a contaminar las aguas del río que por ahí pasan, que bajan de Los Pescados y sigue por Carrizal, etcétera.
Reinventar el periodismo en Veracruz no es decisión del gobierno. Es de nosotros, si nosotros lo queremos. Sólo de nosotros, de nadie más.