Estaba en la ciudad de Roma. Era 1995, hace 23 años. Me había alejado de la Basílica de San Pablo Extramuros porque había ido a buscar un lugar desde donde enviar información a la redacción del semanario Punto y Aparte en Xalapa.
No había tantas facilidades de comunicación como ahora. Cumplida mi tarea pregunté si algún “urbano” (de primer mundo, por supuesto) me llevaba o me acercaba a la Basílica. Se me orientó y llegué a la parada del autobús. Regresar en taxi era prohibitivo para mi presupuesto, por lo excesivamente caro.
Tras breve espera llegó el vehículo y lo abordé. Y ahí me tienen, tercermundista. Al subirme ofrecí un billete al conductor para que me cobrara el pasaje, como acá, en el rancho. Se me quedó mirando sorpresivamente y con la cabeza me dijo que no. Insistí e insistió. Me hizo señas que pasara y pasé.
“Qué generosos son con los extranjeros”, pensé para mis adentros.
No tardé en informarme, a bordo del mismo autobús, que el italiano es un pueblo con un gran nivel ético, altamente educado y honesto, por lo que el conductor dejaba subir a todos sin cobrarles ni pedirles boleto porque daba por hecho que ya habían pagado en unas casetas que había especialmente para ello. Y, en efecto, ya habían pagado. Nadie trataba de viajar de oquis.
En aquel entonces me pregunté si en México, en Xalapa, eso llegaría a ser posible algún día. Me dije que seguramente si se implantaba un sistema así y se confiaba en que quien abordara un urbano ya había pagado antes, todos iban a tratar de viajar de gañote diciendo que sí, que ya habían pagado.
Fue un verdadero shock cultural para mí. Pude valorar el desarrollo alcanzado por sociedades desarrolladas, de primer mundo, que confían en que sus ciudadanos cumplen con sus obligaciones legales sin necesidad de que nadie los vigile y sin que nadie sospeche de que no lo han hecho.
Me dije que eso explicaba porque estaban como estaban y que nos llevaban años luz en desarrollo, que tal vez nunca nos emparejaríamos con ellos (en un tranvía de Milán, ahí mismo en Italia, me pareció ir en una verdadera vitrina rodante y no dejé de pensar en nuestros “urbanos”).
Me hizo rememorar lo anterior una nota el martes pasado: el presidente electo Andrés Manuel López Obrador anunció durante una gira por Durango que desaparecerán los inspectores de las dependencias federales “porque confiaremos en la gente”; dijo que los ciudadanos solo tendrán que firmar una carta asegurando que cumplen con todos los requisitos de ley.
“No va a haber mordidas arriba ni va a haber mordidas abajo. ¿Saben qué? Vamos a tomar como decisión, ya se está analizando: ya no va a haber inspectores de calle. Esos inspectores de vía pública, porque todas las secretarías tienen inspectores: Economía, la Procuraduría del Consumidor, Salud… todo el que tiene una tienda, una pequeña empresa, le dicen ‘a ver tus papeles’. Nada. Va a recoger el moche”, dijo AMLO.
¿Alguien duda que así es? En nuestro país uno de los negocios públicos más lucrativos ha sido ser, por ejemplo, inspector de “alcoholes” (aunque ciertamente, ya casi desplazados por los cobradores de piso de la delincuencia organizada). Hubo muchos que se hicieron millonarios con una charola de algún ayuntamiento. Permitían todas las anomalías posibles, incluso que envenenaran a los parroquianos con aguarrás en lugar de aguardiente a cambio de un jugoso cuanto atractivo soborno.
Pero en México me atrevo a asegurar que no hay un inspector, de mercados, de alcoholes, de rastros, de alimentos, del que usted guste, que no sea corrupto. Y se creó una cultura. Los comerciantes, empresarios, industriales, desde el más pequeño hasta el más grande, tomaron como natural “mocharse” a cambio de que los dejaran trabajar en paz, incluso de que abusaran.
En medio de ambos han estado, están el resto de los mexicanos, los consumidores que son los que pagan las consecuencias. Los comerciantes, empresarios e industriales les pasan el costo a ellos de la extorsión, o sea, al final nosotros pagamos estos actos de corrupción.
"Ya no va a ser así, los inspectores se van a encargar de otras actividades, pero ya no van a andar revisando. Vamos a confiar en el ciudadano”, insistió el tabasqueño.
Explicó que se busca que el dueño de una tienda pueda decir de manera sencilla que expresa y manifiesta, bajo protesta de decir verdad, que conoce el reglamento de la Secretaría de Salud, el reglamento y las leyes de la Defensa del Consumidor, el reglamento de las leyes de Economía, entre otros.
"Que el dueño de la tienda pueda expresar que estoy consciente de que todos debemos de actuar hablando con la verdad y con rectitud y firmo y ya. Eso es todo. Solamente se van a inscribir así. Se va a hacer un sorteo y al que le caiga, entonces sí, va la inspección. Ahí sí, se le aplica la ley, pero no va a haber inspectores todo el tiempo visitando todos los centros mercantiles, eso se va a terminar”.
No cabe duda que el hombre tiene lo suyo. ¿Será posible? Lo que pretende parece utópico en un país donde la corrupción tiene carta de naturalidad y donde preferimos darle una “mordida” al inspector del ayuntamiento para que nos deje continuar con la obra aunque se viole el reglamento municipal en lugar de hacer las cosas conforme a las normas.
Sin embargo, lo veo como una oportunidad para demostrar qué tan dispuestos estamos a cambiar, qué tan preparados estamos para aprovechar esta oportunidad para demostrar y demostrarnos que somos o podemos ser honestos y que somos capaces de acabar con toda esa lacra de corruptos que conforman los inspectores de todo, lo mismo federales que estatales y municipales.
López Obrador, algunos de sus anuncios o medidas tienen bastante de cuestionable, de criticable, pero también ofrece cosas buenas, positivas aunque a veces basadas solo en la buena fe de los ciudadanos, como en el caso que comento. En cosas así, hay que apoyarlo.
La megamarcha de mañana; doña Olga
El lunes comenté que el sábado 20 cerraría con la megamarcha programada por la Iglesia católica en 29 ciudades de las ocho diócesis del Estado como parte de su campaña a favor de la vida en toda sus etapas. Esperan la participación de al menos 100 mil personas. Ayer se precisó que será en 30.
Lo interpreté como el pulso que vamos a ver entre la Iglesia y el gobierno de Morena (Ejecutivo y Legislativo) en los próximos seis años por el tema del aborto”.
El domingo, el Arzobispo Hipólito Reyes Larios fue directo en su homilía dominical: dijo que en los últimos años en la Ciudad de México se han practicado por lo menos 200 mil abortos y que se espera que el número crecerá cuando entre en funciones el gobierno de López Obrador, “porque la mujer que será la Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, se pronunció a favor”.
“En la Ciudad de México llevan más de 200 mil asesinatos, abortos legales; con el nuevo régimen que va a venir, la nueva Secretaria de Gobernación dijo que quiere hacer lo mismo en todo el país. En Veracruz, gracias a ustedes que hemos luchado por la vida humana, se consiguió que el artículo cuarto de la Constitución de nuestro Estado diga que el gobierno defiende la vida desde la concepción en el vientre hasta la muerte natural”.
Lo que manifestó doña Olga Sánchez Cordero fue que a pesar de no estar a favor del aborto, está en contra de que las mujeres sean llevadas a prisión por ejercer su derecho a decidir sobre su cuerpo.
El pasado viernes, en una plática en el Tec de Monterrey uno de los asistentes la cuestionó sobre la sugerencia que dio sobre despenalizar el aborto en todos los estados del país y que si esto no era atentar contra la vida.
“Yo aquí tengo mi pulserita, esta pulserita tiene siete nietos, por supuesto que yo no estoy a favor del aborto. Lo que no quiero, y mi vida va de por medio, es que a las mujeres nos priven de la libertad durante 30 años”.
Si no hay diálogo y entendimiento entonces tendremos un largo conflicto entre dos de las instituciones más poderosas del país.