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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

… y estamos de regreso

02/01/2019 07:43 a.m.

En mis largas vacaciones aproveché para, entre otras cosas, adelantar la lectura de El pobre de Asís, un libro de escritor griego Nikos Kazantzakis.

Abro 2019 con comentario sobre la obra. Ya habrá mucho tiempo para abordar los temas diarios.

Casi nada más abrirlo me encontré con una belleza que no me canso de releer:

“Un día, en pleno invierno, san Francisco ve un almendro y le dice: ‘Hermano almendro, háblame sobre Dios. Y el almendro floreció’”.

Qué forma de decir tanto con tan pocas palabras.

Qué forma de hablarnos del poder de Dios, que todo lo puede, hasta revelarse en la naturaleza. 

Martha Silvia Dios Sanz, la traductora del texto del griego al español narra que, según el escritor, es muy probable que la escena haya ocurrido en los campos de Asís.

Así lo habría considerado “… pues el espíritu franciscano contempla la naturaleza como una de las múltiples máscaras de Dios que invita al hombre a comulgar con aquella esencia omnipresente cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”.

Creo que de sobra está decir que en la obra, el también autor de Zorba el griego narra la vida y la obra de San Francisco en una particular biografía ficcional.

El libro tiene su origen –narra la traductora– cuando en 1953 Nikos Kazantzakis se encontraba internado en Alemania.

Los médicos habían dicho a su esposa que difícilmente se recuperaría, dándole a entender que aquella noche sería la última del escritor.

El autor de La última tentación de Cristo recordó después que en medio del delirio y del agotamiento provocados por una fiebre muy alta, intentó pensar en un hombre que fuese capaz de vencer a la muerte.

Emergió entonces la figura inconfundible de san Francisco.

Kazantzakis pidió enseguida a su esposa que tomara papel y lápiz y le empezó a dictar partes de la novela.

Pero superó todas las expectativas, porque al amanecer se había recuperado. Cuando abandonó el hospital le dio forma a la obra.

En diciembre, como lo hago por lo menos una vez al año, hice mi peregrinación al Santuario, en Otatitlán, para continuar mi diálogo con el Cristo Negro, expresarle mi agradecimiento y reafirmar mi fe en Dios.

Soy creyente, luego de que la mayor parte de mi vida me alejé de cualquier creencia religiosa. Hasta que un milagro me llevó a un recuento con Dios. Desde entonces los milagros se han multiplicado.

En las vacaciones releí a Santo Tomás de Aquino. Me guía mucho su pensamiento sobre la relación entre fe y razón. 

Sostenía que donde no puede llegar la razón se encuentra la fe (este pensamiento lo platicamos animadamente un día, café de por medio, con el presbítero José Manuel Suazo Reyes).

Su tesis es que el hombre conoce el mundo a través de la razón, pero que hay un conocimiento al que solo puede accederse por la fe. Yo así lo creo.

Y aproveché el descanso para revisar con cuidado una bella obra que me obsequió el presidente de la Red Evangélica del Estado, Guillermo Trujillo Álvarez.

La Biblia de estudio del expositor con comentarios escritos por el evangelista Jimmy Swaggart es de un valor incalculable, al menos en mi caso.

Y, por supuesto, volví a Giordano Bruno, un teólogo y filósofo (entre otras cosas) italiano cuya rebeldía y firmeza en sus creencias me seducen y a veces me guían.

Sus afirmaciones teológicas hicieron que la inquisición romana lo declarara culpable de herejía, por lo que fue quemado en la hoguera en 1600.

Se le considera símbolo del pensamiento libre rebelado frente al dogma religioso; como héroe de una humanidad resuelta a reivindicar y defender a costa de la vida el derecho a pensar de acuerdo con una razón autónoma y meramente filosófica. 

Bruno cantó como divina la infinita fecundidad de formas de la naturaleza.

Rematé releyendo a Pascal, la llamada “apuesta de Pascal”.

El filósofo y matemático francés sostenía que uno no puede llegar al conocimiento de la existencia de Dios únicamente por medio de la razón, por lo que lo más sabio para hacer es vivir su vida como si Dios existiera, porque tal vida tiene todo que ganar y nada que perder. 

Si vivimos como que Dios sí existe, y ciertamente él existe, hemos ganado el cielo. Si él no existe, no hemos perdido nada, argumentaba. 

Pascal sugirió que en su momento algunos no tendrán la capacidad de creer en Dios. En tal caso, decía, uno debería vivir como si de todas maneras tuviera fe. Tal vez el vivir como si uno tuviera fe puede conducirnos a venir a la fe realmente.

Lector, te deseo lo mejor para este 2019.

En lo inmediato, si no hay cambio de última hora, el gobernador Cuitláhuac García develará una placa para recordar a los periodistas veracruzanos víctimas de la violencia. Será el viernes a las 10 de la mañana en el parque Juárez de Xalapa.




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