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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Marxismo trasnochado, en Xalapa

26/02/2019 07:43 a.m.

El pasado 17 de febrero, con el encabezado: “Cuba: agonía de una revolución”, el periodista y escritor chileno Patricio Fernández publicó un artículo en el diario El País en el que analiza la situación actual en la isla y que resume el subtítulo del texto: “En la isla hubo un intento, una esperanza y una pretensión que no deben olvidarse. Pero el sueño que encarnó la llegada de Fidel Castro al poder hace 60 años agoniza sin remedio”.

El autor del libro Cuba. Viaje al fin de la revolución narra una anécdota: meses atrás fue al pub (bar) Mio & Tuyo en la zona de Miramar donde “los únicos negros que hay adentro son los guardias de seguridad: tipos grandes y macizos como los que custodian las discotecas neoyorquinas o parisienses” y cuando quiso llegar al área donde se encontraban las mujeres más admirables, “uno de esos porteros me detuvo poniéndome su brazo en mi hombro: ‘De aquí para allá es vip’, me dijo. ‘Para pasar debes comprar una botella de whisky Chivas Regal o ser socio del club’, agregó. Y yo pensé: terminó la revolución”.

Su testimonio es que de la fe en la revolución “quedan, cuando mucho, discursos vacíos, promesas y consignas que de tanto repetirse, sin nunca realizarse, han perdido su sentido” y que: “Para quienes… creyeron que otro mundo era posible y que la fraternidad podía imponerse al egoísmo, constatar que sus deseos abonaron la intolerancia, el abuso y la pobreza duele y quita el habla. Ha de ser por eso que hoy la izquierda honesta está muda”.

“El proceso de degradación no es nuevo, pero ahora se encuentra en una etapa terminal. Nadie habla de socialismo… A estas alturas es un régimen político en el que nadie cree. Lo mató el orgullo, el autoritarismo, la burocracia. El iluminismo, la arrogancia, el control. Quiso ser el mundo nuevo y devino un mundo viejo. Desde hace tiempo su objetivo no es la justicia, sino la supervivencia”. 

La visión de Patricio Fernández complementa la del periodista cubano Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, de quien me ocupé en una columna el 18 de enero de 2018 que titulé: “Hipólito recibe refuerzos de Cuba”. Cito los dos primeros párrafos de entonces:

“Primero con verdadero interés y una mezcla de curiosidad, luego con sorpresa, a continuación con horror hasta terminar totalmente deprimido, como pocas veces algo me ha deprimido, leí el año pasado el libro La tribu. Retratos de Cuba de Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, un joven periodista y escritor o escritor y periodista, lógicamente, cubano. 

De alguna forma él me vino a acabar de despejar la duda que me había quedado cuando un año atrás había leído el juicio severo, severísimo, de Leonardo Padura, hoy por hoy el mejor escritor cubano contemporáneo, sobre el régimen de Fidel Castro en su libro que lo proyectó mundialmente, una obra célebre ya El hombre que amaba a los perros. ¿No se equivocaba Padura?, me preguntaba yo por la descarnada realidad que nos pintaba una Cuba hasta entonces para mí totalmente desconocida”. 

Comenté que La tribu. Retratos de Cuba me había dejado frío pues supe del calvario de los cubanos que salían y salen de la isla, de las generaciones de cubanos que desperdiciaron su vida por culpa del gobierno de Castro que pretendía “un hombre nuevo”, de la miseria en la que terminan bailarinas como una del Tropicana que narra y que ahora vive en un vertedero de basura. 

Rematé: “Todo esto se me vino a la mente cuando anoche me sorprendió un mensaje que me llegó por wasap: ‘Mira, a ver si te sirve para algo’. El mensaje: ‘Hola. Oye tengo buen chisme. Llegó un cónsul cubano a Xalapa para ayudar al gobierno municipal a implementar buenas prácticas en salud y turismo. Lo digo porque en tus columnas hablabas de la cubanización de la economía. Y la neta del planeta es que nosotros estamos jodidos pero los cubanos son los reyes de la jodidés’”. 

Hipólito, inspirado en un sistema que fracasó

¿Por qué traigo a cuento todo lo anterior?: porque es inocultable no solo la admiración del ayuntamiento de Xalapa y del alcalde Hipólito Rodríguez Herrero (también de funcionarios del gobierno del Estado) por el sistema socialista cubano, que ha acabado en un rotundo fracaso, sino porque hasta donde tengo información pretenden imitar con prácticas de gobierno cuando la historia ha dado ya un veredicto casi final e irreversible: ese sistema sacrificó inútilmente a muchas generaciones de cubanos porque finalmente terminó en un fracaso.

Apenas cinco meses después de asumir su administración, el 25 de mayo de 2018 el alcalde de Xalapa nombró Huésped Distinguido al embajador cubano en México, Pedro Núñez Mosquera, quien ofreció “tecnología y conocimiento” en materia de educación para erradicar el analfabetismo en el municipio. No se sabe si hay activistas cubanos trabajando en la capital del Estado para tal propósito o si todo quedó en un mero anuncio.

Lo sorprendente ahora es que, según leí el viernes pasado en el portal alcalorpolitico.com, la comuna en pleno (el alcalde Rodríguez Herrero, la síndica y los regidores) aprobaron que la ex Represa de San Bruno lleve ahora el nombre de ¡Carlos Marx!, incluso se prevé que coloquen un busto del inspirador del socialismo, sistema que adoptó la Cuba de Fidel Castro. 

A estas alturas, cuando como sistema económico y político está rebasado por la historia, en Xalapa surge un ayuntamiento de inspiración y admiración marxista, de un marxismo trasnochado, de un grupo de nostálgicos que se quedó en el pasado, en el siglo XX, que en lugar de evolucionar ha involucionado y que seguramente ignora que estamos no solo en la era digital sino ya en la inteligencia artificial y la robótica, lo que explica también por qué el rotundo fracaso de la administración municipal, además de por su incompetencia probada.

Dado el localismo de los vecinos de la ex Represa de San Bruno, de su identidad con el nombre actual, es posible que el ayuntamiento se esté encaminando a otro problema más, un enfrentamiento con quienes desde ahora se oponen tanto al nombre de Marx como a su busto.

El testimonio de Padura

En su novela El hombre que amaba a los perros, en la que Leonardo Padura reconstruye las trayectorias de León Trotski y de su asesino Ramón Mercader, convertido en el alter ego del narrador de la historia, en el capítulo 28 el escritor hace una digresión para dejar su desgarrador testimonio, del que entresaco algunos párrafos: 

“… a estas alturas no creo que haya mucha gente que se atreva a negarme que la historia y la vida se ensañaron alevosamente con nosotros, con mi generación, y, sobre todo, con nuestros sueños y voluntades individuales, sometidas por los arreos de las decisiones inapelables. Las promesas que nos habían alimentado en nuestra juventud y nos llenaron de fe, romanticismo participativo y espíritu de sacrificio, se hicieron agua y sal mientras nos asediaban la pobreza, el cansancio, la confusión, las decepciones, los fracasos, las fugas y los desgarramientos”. 

“No exagero si digo que hemos atravesado casi todas las etapas posibles de la pobreza”. 

“A ese punto en el que enloquecen las brújulas de la vida y se extravían todas las expectativas fueron a dar nuestros sacrificios, obediencias, dobleces, creencias ciegas, consignas olvidadas, ateísmos y cinismos más o menos conscientes, más o menos inducidos y, sobre todo, nuestras maltrechas esperanzas de futuro”.

“Supe entonces que para muchos de mi generación no iba a ser posible salir indemnes de aquel salto mortal sin malla de resguardo; éramos la generación de los crédulos, la de los que románticamente aceptamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que cortaron caña convencidos de que debíamos cortarla (y, por supuesto, sin cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque así lo reclamaba el internacionalismo proletario…”.

“Ahora, a duras penas, conseguíamos entender cómo y por qué toda aquella perfección se había desmerengado cuando se movieron solo dos de los ladrillos de la fortaleza: un mínimo acceso a la información y una leve pero decisiva pérdida del miedo (siempre el dichoso miedo, siempre, siempre, siempre) con el que se había condensado aquella estructura. Dos ladrillos y se vino abajo: el gigante tenía los pies de barro y solo se había sostenido gracias al terror y la mentira…”.

Ese gigante de pies de barro es el que pretende imitar el ayuntamiento de Xalapa. Pobre de mi Xalapa. No se merece eso.



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