¿Hubiera ganado por sí solo hace un año (se cumplirán el próximo lunes, dentro de cuatro días) la gubernatura Cuitláhuac García Jiménez?
Doce meses después se puede afirmar que no.
Tres factores fundamentales lo llevaron al triunfo: el efecto López Obrador, principalmente; la orden presidencial al priismo de sumarse y apoyar a los candidatos de Morena; y la férrea oposición de los enemigos políticos de Miguel Ángel Yunes Linares para que no se mantuviera en el poder a través de su hijo del mismo nombre.
Tan no era (y creo que no lo es) un hombre de arrastre que los candidatos a senadores Ricardo Ahued y Rocío Nahle lo superaron en número de votos.
Luego de un año de la elección y de siete meses al frente de la administración estatal, no se ha podido legitimar con méritos propios y, al contrario, mantiene un divorcio con un amplio sector de la sociedad veracruzana.
Si quisiera celebrar su llegada al poder, como lo va a hacer Andrés Manuel López Obrador con un “bailongo” en el Zócalo, ¿tendría motivos reales para un festejo?
Llega al primer año en que fue elegido en medio de una fuerte crítica mediática y en las redes sociales por actos de nepotismo en su gobierno, en el que se le involucra directamente, lo que le causa total descrédito ante los veracruzanos.
Pero, además, con muy elevados niveles de inseguridad y de violencia, con una muy alta tasa de desempleo, con muy baja creación de fuentes de trabajo, con poca, por no decir que nula, inversión privada, con un rotundo y sonado fracaso político y legal al no haber logrado echar de su cargo al Fiscal General del Estado, con el enojo del empresariado porque no se le paga a los acreedores y proveedores, y divorciado de prácticamente toda la prensa así como enfrentado a buena parte de ella, además de con la crítica constante de la Iglesia católica.
Algo grave que impacta también negativamente entre la población es la falta de medicamentos que ha habido en hospitales, por más que se insista en que no hay tal.
Un año después y siete meses cumplidos al frente del gobierno, es la hora en que no ha podido llevar a algún duartista o a algún yunista ante los tribunales por actos de corrupción.
Con el ingrediente de que entre el grueso de la población hay la firme idea de que ha tenido que venir el presidente López Obrador una vez por mes para echarle el hombro porque no puede solo.
¿Le preocupa todo ello? Se advierte que no.
Para colmo, tiene al peor secretario de Gobierno del que se tenga memoria en la historia de Veracruz, quien en lugar de ayudarlo ha sido motivo para descalificaciones que impactan negativamente en la imagen oficial.
¿Existe Morena después de la elección de 2018, después de Manuel Huerta? ¿Alguien sabe cómo se llama el nuevo dirigente estatal? Parece que ni una cosa ni la otra. Al menos no se sabe que hayan salido alguna vez ese partido y su dirigente (si es que lo hay) en defensa y para apoyar al gobernador y a su administración.
En el Congreso local, donde debiera tener un fuerte apoyo porque son mayoría y porque poseen el control de la Junta de Coordinación Política, no hay un líder que saque adelante sus decretos e iniciativas por falta de experiencia y de capacidad para negociar.
El manejo político de su partido y del Congreso son de su responsabilidad, pero tampoco se ve ni se siente su mano.
Tras siete meses efectivos de gobierno y un año de que ganó la gubernatura, con sus polémicas declaraciones, con sus hechos que contradicen su discurso de campaña, con los escándalos como el que le desataron los casos de nepotismo, desde ya favorece a la oposición porque le está dando banderas que seguramente serán usadas en su contra en 2021.
Cabe preguntar si tendrá pensado hacer un ajuste a su equipo de trabajo, pero no se advierte que tenga la intención.
Si se hace válido el dicho bíblico, de Mateo, de que por sus obras los conoceréis, hasta ahora hay poco de las que puedan dar buenas referencias los veracruzanos. Tiene todavía cinco años y medio para revertir o corregir la situación.
La elección de dentro de dos años dará la medida exacta de qué tanto lo aprueban los veracruzanos. Conociéndolo ya, si se tuviera que repetir la elección o si se presentara de nuevo para competir, ¿volvería usted a votar por él?
Oportunidad, para una fiscalía de veras autónoma
Finalmente algo provechoso se le puede sacar a la aversión tanto del gobernador Cuitláhuac García Jiménez y del secretario de Gobierno, Eric Patrocinio Cisneros Burgos al fiscal general del Estado Jorge Winckler Ortiz.
Porque los domina la inquina política, no creo que los primeros hayan reparado en que el tiempo y las circunstancias los han puesto en un hito que los puede hacer trascender: marcar la distancia para siempre, cortar el cordón umbilical que ha mantenido la dependencia del fiscal (antes procurador) respecto del gobernador en turno.
Es decir, que el fiscal deje de ser un empleado más del Ejecutivo, que dé vida plena a la autonomía que se supone que debe de haber, a cambio de que el fiscal actúe con todo profesionalismo, es decir, que procure justicia sin distinción alguna, lejos de cualquier consigna del gobernador en turno o de cualquier otra autoridad.
A la media noche del 2 de julio de 2018, después de que se confirmó su triunfo en la elección que había concluido apenas unas horas antes, ante reporteros que fueron citados en un hotel frente al Palacio de Gobierno, Cuitláhuac reiteró lo que había venido anunciando como candidato: que solicitaría al Congreso local que se revisara la actuación del fiscal recordando que la Fiscalía es autónoma “y debe retomar ese curso”.
Su argumento era válido porque Winckler Ortiz había estado totalmente supeditado a los intereses del gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, quien lo impuso en el cargo, y había cometido atropellos contra los opositores políticos del entonces mandatario, quien quería imponer a toda costa a su hijo como su sucesor; había actuado, pues, como un empleado suyo (se hizo famosa la foto que lo muestra hincado tomándole fotos a Yunes, algo denigrante y vergonzoso para su investidura).
Todo lo que ha sucedido después está fresco y es del conocimiento de la opinión pública. Trataron de echarlo del cargo bajo la consigna de “me canso ganso de que se va porque se va” de Cisneros Burgos, pero ya en el terreno legal fracasaron todos los intentos y casi un año después de aquel 2 de julio de 2018 y siete meses de instalado el nuevo gobierno, Winckler permanece firme y no se ve que los argumentos políticos con los que ahora desde el Palacio de Gobierno pretenden que se vaya tengan el sustento y la fuerza legal para lograrlo.
Pero, ¿lo quieren sustituir para que llegue un fiscal verdaderamente autónomo o porque quieren imponer a un incondicional de Morena, repitiendo la misma práctica de los gobiernos priistas y panistas?, esto es, ¿para que obedezca consignas del gobernador Cuitláhuac García o del presidente López Obrador en detrimento de la verdadera aplicación de la justicia?
En tanto no logren que Winckler renuncie (lo eligió la LXIV Legislatura el 30 de diciembre de 2016 por nueve años), si desde el Palacio de Gobierno persisten en politizar su salida, el propio Winckler debe tomar la iniciativa y actuar sin distingos, o sea, sin intereses, mostrar a los veracruzanos que quiere reivindicarse y él también marcar un hito y trascender.
Una forma de lograrlo es que, por ejemplo, atienda las denuncias contra el yunismo, del que formó parte pero del que se volvió cómplice, y actúe en consecuencia. Se va a reivindicar sobre todo con los veracruzanos. Está ante una oportunidad histórica. Pero solo él tiene la palabra.