Acostumbrado a la prensa mexicana y de países democráticos del mundo (prácticamente desde que aprendí a leer porque antes no había muchas opciones para hacer otras cosas), en julio de 1998, hace 31 años, me llevé una sorpresa al conocer la forma en que se manejaba la prensa en Cuba.
Merced a la buena relación del entonces gobernador Fernando Gutiérrez Barrios con el comandante Fidel Castro, una representación veracruzana viajó a La Habana para participar en el festejo del 30 aniversario de la Revolución cubana. Formé parte de ella.
Entre las muchas actividades que se nos programaron, una de ellas fue visitar los talleres donde hacían el diario Granma y la revista Bohemia, publicaciones emblemáticas entonces del gobierno socialista con un partido comunista (los críticos dicen que nunca hubo un sistema ni el otro, sino una férrea dictadura).
Aquel 26 de julio, Castro pronunció uno de sus larguísimos discursos (el de 1968 había demorado 12 horas, con un breve descanso a la mitad). Al día siguiente me levanté temprano y salí del hotel (Nacional) a buscar un estanquillo para comprar Granma. Pensé que publicarían lo esencial.
Para empezar resultó que no había puestos de periódicos y revistas como en México y solo encontré a un vendedor frente al conocido parque Coppelia (donde queda la famosa nevería del mismo nombre pero que también se conoce como Coppelita).
Mi sorpresa fue que Granma no informaba nada de la ceremonia que había tenido lugar un día antes en Santiago de Cuba y que había sido transmitida por televisión (captada en La Habana en unos cuantos aparatos en blanco y negro que había en los hoteles). Juventud Rebelde, el otro único periódico que vendían, tampoco.
Seguíamos en la isla y yo iba todos los días a comprar esos periódicos, y seguía sin publicarse nada. Hasta que visite la redacción de Granma y Bohemia supe a qué se debía.
Durante el recorrido por las instalaciones pregunté a uno de los directivos que nos servían de guía por qué no se había publicado nada. Esperó hasta que hubo un momento en que nos quedamos solos para comentarme en voz baja que porque solo se publicaría el texto íntegro del largo discurso cuando lo enviara Fidel, pero ya editado a su gusto, es decir le quitaba o le agregaba y le ponía solo lo que él quería que leyeran los cubanos, que entonces estaban totalmente aislados del resto del mundo.
Manipulación pura, pues; construcción mediática de la realidad según conviniera al comandante Fidel. Una era la realidad que se vivía en la isla y otra la que proyectaba en el periódico oficial, del cual había una edición internacional, que se enviaba a otros países y en la que se pintaba a Cuba como un paraíso (yo de joven viví deslumbrado por lo que leía y se decía).
He hecho este recuerdo porque ayer el diario El País de España publicó una declaración del periodista cubano Pablo Socorro, de una larga trayectoria, a quien le tocó vivir y registrar hechos históricos durante el régimen de Fidel Castro, que le tocó redactar, pero cuyos textos el dictador los editaba en Granma.
A él le tocó seguir el proceso que terminó con el fusilamiento del general de división Arnaldo Ochoa, considerado un héroe de la república (amigo personal de Armando Méndez de la Luz). Pero el periodista refiere ahora que le decían lo que escribir y que sus libretas de notas eran revisadas todos los días “y Carlos Aldana, jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central, arrancaba las páginas con apuntes que creía comprometedores”.
Hace una detallada narración de cómo Fidel ponía muchas “coletillas” (agregados) a sus textos, “a veces párrafos enteros”, o sea, lo que quería que se leyera y creyera aunque no hubiera sucedido o se hubiera dicho. Su declaración confirma lo que me dijo aquel hombre hace 31 años. Con el paso del tiempo la verdad ha terminado por imponerse.
En México ahora, aunque de otra forma, también se nos trata de imponer una realidad distinta, la de las “mañaneras”, con la visión unilateral y caprichosa del presidente, realidad muy distinta a la realidad real que vive, ve y siente el pueblo de México.
(Para mí, la columna de ayer de Carlos Loret de Mola en El Universal, titulada “Yo tengo otro spot”, en la que refuta el spot triunfalista de AMLO con motivo de su Primer Informe de Gobierno, es como una reacción a su salida de Televisa, la de alguien que no perdona la censura de que fue objeto, así haya sido velada.)
Y en Veracruz ese sistema en el que un dictador imponía su punto de vista, su realidad, no obstante que la historia ha probado y comprobado que fracasó rotundamente, sigue siendo el ideal de algunos integrantes del gobierno del Estado, como el secretario de Salud, por ejemplo, que llegó al cargo con la idea de imponer un sistema de salud como el cubano cuando nuestra realidad es otra.
Por fortuna hoy las “benditas redes sociales”, como las llamó el mismo Andrés Manuel López Obrador, no permiten que se engañe al pueblo y hasta ahora no veo a alguien de la administración estatal capaz de maquillar la información de Cuitláhuac con visos de verosimilitud, que le pueda dar al pueblo de Veracruz gato por liebre. Por fortuna.
¿Los tabasqueños zopilotean?
Al poco tiempo que fue nombrado delegado del IMSS en la zona norte del Estado Candelario Pérez Alvarado, un político oriundo de Tabasco, hubo quien me dijo que venía respaldado por el propio presidente Andrés Manuel López Obrador, su paisano.
Pero también me comentó que en realidad su intención era convertirse, a la primera oportunidad que se le presentara, en el delegado de los programas sociales del gobierno de AMLO en Veracruz. “Va a esperar a que se resbale Manuel Huerta para entrar en su lugar”.
Será el sereno pero el señor ha demostrado “que las puede” (una expresión muy xalapeña para referirse a alguien que tiene influencias que le dan poder) pues se trajo de Tabasco y colocó también a su mujer, Mari Cruz García Ramón, en un cargo importante: el de subdirectora administrativa del ISSSTE, con la intención de hacerla delegada.
Así, pues, marido y mujer zopilotean a los titulares de los programas sociales y del ISSSTE en Veracruz. Como dijera Pompí