Cuando ayer el nuevo dirigente estatal del PRI Héctor Yunes Landa destacó que en el quehacer político los acuerdos y los compromisos son fundamentales y dijo al gobernador Javier Duarte de Ochoa: “celebro que además de saberlos construir los sabe usted cumplir”, sólo unos cuantos sabían realmente de qué estaba hablando.
Y es que Ranulfo Márquez Hernández, quien apenas había asumido la presidencia del Comité Directivo Estatal el 9 de agosto del año pasado, en realidad desde el momento mismo en que Héctor entregó la Junta de Coordinación Política del Congreso Local a finales de octubre de 2010 tuvo los días contados.
Duarte, como futuro líder natural del priismo en Veracruz (en ese entonces), había hecho el compromiso con el ex diputado local por el distrito de La Antigua de que una vez que asumiera la gubernatura lo pondría al frente.
El compromiso inicial era que en diciembre, una vez que asumiera el poder la nueva administración estatal, se daría el relevo. Héctor se preparó e incluso conformó el que sería su equipo de trabajo.
Como siempre sucede en la política, las circunstancias hicieron que el relevo se viniera posponiendo y sólo cuando Beatriz Paredes Rangel se fue de la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional el pasado 4 de marzo se decidió que había llegado el momento, ya que la tlaxcalteca respaldaba a Ranulfo.
Ayer, nueve días después de que Moreira suplió a Beatriz –por lo menos se le guardaron los nueve días a la ex dirigente nacional–, a Ranulfo Márquez Hernández le tocó su domingo 13. Héctor sabía ayer muy bien el peso que tenían sus palabras porque había estado anunciando desde enero que ahora sí ya, que ya merito, y no se daba nada, lo que llevó a pensar que era puro cuento suyo lo del compromiso y que si lo había realmente no le habían cumplido, que lo habían dejado colgado de la brocha como dejaron a Harry Jackson, quien por eso se fue.
Ayer, mientras pronunciaba su relativamente breve mensaje inaugural, bien estructurado por cierto y muy puntual, sin paja, no pude dejar de recordar aquella vez cuando siendo diputado federal muy joven llegó al Palacio de Gobierno a audiencia con el entonces gobernador Agustín Acosta Lagunes, quien era sarcástico hasta el exceso (le deseo al viejo amigo que esté bien de salud, porque me he enterado que sufre ya las consecuencias del paso del tiempo) y quien en la puerta lo paró en seco.
Le dijo que estaba muy gordo, que así no podía ser diputado federal, que así no le podía dar audiencia, que se fuera, bajara de peso y regresara. Que hasta entonces. Con sus folders bajo el brazo, Héctor se dio la vuelta y se retiró.
Y en efecto, bajó de peso, fue recibido por el ejecutivo y siguió su camino político que, como se tiene presente ahora, no ha estado exento de vaivenes y sinsabores. ¡Cómo no iba a reconocerle a Javier Duarte que haya cumplido su compromiso! Ayer hasta el color le volvió a la cara.
La llegada de Héctor Yunes Landa a la dirigencia estatal tricolor demuestra una vez más que en política no hay cadáveres políticos.
Quedaron atrás los días en que por expresar públicamente su aspiración natural por contender dentro de su partido para alcanzar la candidatura priista al gobierno del estado se le persiguió desde el gobierno priista del estado: se ordenó que se le cerraran las puertas en las dependencias oficiales, se pidió a los alcaldes que no le dieran ningún apoyo, se habló a estaciones de radio, televisoras y periódicos que no le dieran voz –muchas entrevistas ya concertadas se le cancelaron de última hora por presión oficial aunque él ofreciera pagarlas–, en el Congreso local mismo se le quitó todo el poder que tenía y hasta sus compañeros de entonces se le abrieron, en columnas políticas se le empezó a golpear, se pagaban planas enteras en su contra como aquella en la que supuestamente lo denunciaba un periodista, quien rápidamente se apresuró a decir que él no había mandado a insertar nada y que habían falsificado su firma. En general, todos le daban la espalda.
Aunque entonces no todos se plegaron a la línea y al veto oficial. Ayer en el Teatro del Estado mientras revisaba el presídium vi ahí a dos ex presidentes del Comité Directivo Estatal que en su momento, una noche en un programa en vivo que transmitía RTV, el canal oficial, públicamente se opusieron a que se persiguiera a Héctor Yunes, pidieron respeto y tolerancia para él y que se buscara una negociación.
Ellos eran Gonzalo Morgado Huesca y Guillermo Héctor Zúñiga Martínez (aquel programa estoy seguro que les pasó de humo a los directivos de la televisora y en Palacio de Gobierno, porque estaba la censura).
Días antes yo había hecho también un comentado en “Prosa aprisa” sobre Héctor, cuando casi estaba prohibido mencionar su nombre, y no se me olvida que estando en gira por el norte el defenestrado aspirante, cuando ningún medio de la región les quiso publicar ni transmitir nada aunque se les ofrecía pagar por adelantado, el colega Gustavo Cadena Mathey, operador de prensa de Yunes Landa “bajó” mi columna de internet, la fotocopió por cientos y las iba repartiendo en todos los actos (en aquella ocasión pensé que por fin iban a aceptar mi renuncia en el gobierno del estado, porque también no estaba de acuerdo en la forma en que se operaba contra el hoy nuevo dirigente estatal).
Ranulfo en realidad nunca acabó de sentarse bien en la silla de mando del CDE. Se le impuso en el Comité Directivo Estatal cuando quien lo sostenía ya había perdido fuerza política porque estaba al final de su mandato; cuando no había ya recursos y sí una deuda cuantiosa en el partido; cuando ya había nuevo gobernador que no lo quería en el cargo; cuando su madrina en la dirigencia nacional también tenía contados sus días porque se le vencía el periodo estatutario para el que había sido elegida.
Ahora no sabe uno si felicitarlo por su nuevo nombramiento o compadecerse de él: va de delegado del Comité Ejecutivo Nacional a Puebla, donde el PRI acaba de perder abrumadora, estrepitosamente la gubernatura del estado.
Tendrá que ir a recoger lo que quedó y a empezar de cero. Ranulfo no habló ayer pero sí llevaba y exhibió un claro mensaje: el rojo, su pertenencia al equipo rojo, llevaba una camisa roja, de un rojo subido. Fue el único.
Funcionarios y alcaldes ahora en funciones que sirvieron en la administración anterior se quitaron el sello: echaron el rojo a la basura.
Ayer, el gobernador Duarte saludó a Karla Rodríguez Gómez, la joven secretaria general saliente de la dirigencia estatal, como “mi compañera y amiga”. En efecto, serán compañeros en el gobierno del estado. Ella sustituirá al secretario de Medio Ambiente estatal Víctor Alvarado Martínez. Duarte y Karla desayunaron el sábado en el restaurante La Estancia de Los Tecajetes. Qué bueno que la rescata.