Eran mis inicios de reportero en Xalapa. Era yo muy joven. Un medio día salía el entonces gobernador Rafael Hernández Ochoa de Palacio de Gobierno por la puerta que da al parque Juárez para enfilarse hacia las escaleras que dan a la calle Zaragoza. Poder unipersonal entonces, autoritario, cuando no había oposición. Prácticamente eran sólo dos los diarios fuertes y casi únicos en todo el estado, uno en la capital y otro en el puerto de Veracruz.
En uno de ellos acababa de entrar a trabajar yo. Con el ideal del reportero novato pero también consciente de su responsabilidad, vi caballo y se me ofreció viaje. En medio de su comitiva me atravesé (casi no había reporteros entonces y las mujeres todavía no entraban a practicar y a ejercer el oficio) y grabadora en mano (eran grandotas y pesadas, de las primeras que salían) me le acerqué y la solté una pregunta. Su respuesta fue una reacción airada. Nunca supe si le molestó la pregunta o que me le atravesara. Me gritó. Me maltrató. Me ninguneó. Me agredió.
Descargó todo el peso de su poder en mi persona. Casi llorando de impotencia me fui a “mi” periódico y lo primero que busqué, tal vez por un instinto de sobrevivencia, fue hablar con el director y contarle lo que acaba de suceder, como lo hice. No bien acababa yo de terminar cuando ¡también reaccionó airado contra mí! “¡¿Y qué. Tú crees que por ti yo voy a tomar el tomahawk y me voy a ir a lanzar contra él?! ¡¿Tú crees que por ti yo voy a romper lanzas contra el gobernador?!, me gritó y casi me manoteó sobre su escritorio. Salí peor que un perro café abandonado, como decía el inolvidable Germán Dehesa. Me sentí totalmente indefenso, solo, desamparado.
Me invadió la tristeza y la desolación. Quedé abatido. Es algo que hasta la fecha no se me olvida, acaso porque también fue la primera y la gran lección que recibí de que los reporteros muchas veces o casi siempre o siempre, en algunos periódicos, en especial de provincia, no somos más que instrumentos al servicio de los intereses de los dueños de los medios, a su vez al servicio del poder, y que como seres humanos no contamos, que somos prescindibles y sacrificables si de cuidar los intereses económicos del medio se trata o si de mantener la buena relación con el poder también.
En pocas palabras, que con la mayor facilidad están dispuestos a darnos la patada por el fundillo si ponemos o representamos un riesgo para sus intereses así sea por cumplir con nuestro deber profesional. Supe entonces que debía y que tenía que aprender a cuidarme solo.
Esto lo recuerdo para expresar la admiración que me causa constatar cómo el maestro Alfonso Salces, director del diario Notiver del puerto jarocho, defiende hasta sus últimas consecuencias, hasta lo indecible, a sus trabajadores reporteros y cómo defiende la memoria de su personal caído víctima de manos cobardes.
Sé que no es casual su actitud. Una noche de fin de semana viajé a la zona conurbada Veracruz-Boca del Río. Por una lamentable equivocación y por desconocimiento de la circulación en unas calles atrás del hotel Lois, un familiar mío se metió con su vehículo en sentido contrario. Nos cayeron encima dos patrullas con los respectivos mordelones. Detenidos aceptamos de la mejor manera que habíamos cometido una infracción y estuvimos dispuestos a que se nos infraccionara.
Cuando se nos pidió incluso nuestros documentos, también los entregamos. Pero ni nos infraccionaban ni se iban ni nos dejaban ir. Entonces de pronto nos dijeron que también nos iban a quitar la unidad. Me pareció extraño y me entró cierto temor. Ante su insistencia, desesperado y no sabiendo que otra cosa hacer, me atreví a marcarle a su teléfono al maestro Salces y rápidamente le platiqué lo que me pasaba.
Le dije que lo único que le pedía era que si estaba cerca algún fotógrafo del periódico me lo enviara para que tomara alguna gráfica que diera testimonio de que nos iban a quitar el coche, no fuera a resultar que luego nos salieran con que ellos no nos los habían recogido y que seguramente nos lo habían robado. Aparte de pedirme que no me les opusiera, lo que le aseguré que no estaba ocurriendo, a partir de ese momento él tomó el asunto como si fuera algo suyo personal.
De inmediato me pidió que pusiera en el teléfono al jefe de los patrulleros, habló con él, habló muy bien de mi (me lo dijeron después los propios uniformados y casi en tono de reproche me reclamaron que porqué desde un principio no les había dicho quien era yo) e hizo todas las gestiones para que no se cometiera algo indebido ni ningún atropello, y no dejó de estarme llamando hasta que le di la seguridad de que ya estábamos tranquilos en el hotel y que no nos habían quitado la unidad.
Viví, pues, en carne propia, su gesto de solidaridad, de compañerismo, de protección. Fechas después, un día fui a saludarlo a su periódico acompañado de la también periodista Sheyla Fuertes, que acababa de dejar la titularidad de Prensa del Ayuntamiento de Xalapa. Durante la plática, al saber que estaba desempleada, el director de Notiver le abrió las puertas de su periódico y le ofreció trabajo en ese mismo instante. La invitación quedó abierta. Solidaridad, pues, pero con hechos.
Tengo la seguridad que muchos, muchísimos reporteros, quisieran tener un director, un compañero, un amigo así. ¿Cuántos dueños o directores de medios estarían dispuestos a defender a sus trabajadores, su memoria, como lo ha hecho Alfonso Salces Fernández? El difunto Ángel Leodegario “Yayo” Gutiérrez Castellanos, fundador y director del Diario del Sur de Acayucan y de Política de Xalapa, con el que me formé una parte de mi vida profesional, siempre me repetía que si en un medio y en un gremio había mezquindad ese era en el nuestro, en el periodístico, donde no se perdonaba el éxito y menos que alguien progresara o que le fuera bien, en todos los renglones.
Por eso él consentía conmigo con el mayor agrado cuando le pedía que publicara alguna nota informativa o alguna fotografía de algún compañero por algún éxito que alcanzara, fuera o no amigo nuestro, o que fuéramos solidarios con alguien si enfrentaba algún problema, del tipo que fuera, salvando alguna responsabilidad si es que la tenía.
Hoy, al volver a la brega diaria, en este espacio reitero mi abrazo y la solidaridad que en su momento expresé al maestro Salces y a la familia Notiver por el doble luto que sufren. Y también mi admiración.