Sin duda alguna se tiene que investigar a fondo en lo ocurrido el pasado 1 de diciembre, cuando se suscitaron desmanes y una violencia inusitada en calles del Distrito Federal, con motivo de la toma de protesta del presidente Enrique Peña Nieto.
Hay denuncias en las redes sociales y fotografías de gente vestida de negro o con guantes de este color, porte militar, quienes estuvieron vigilando discretamente desde puntos estratégicos el vandalismo que se daba en la capital del país. Lo recuerdan como el Batallón Olimpia de 1968, siempre negado por los gobiernos priístas, hasta que unas fotos llegaron al semanario Proceso y confirmaron: había militares vestidos de civiles con guantes blancos como identificación.
Ahora grupos de izquierda identifican a porros e infiltrados dentro de lo que se supone sería una protesta pacífica en contra de la llegada del PRI a la Presidencia de la República, pero de repente todo se salió de control.
La Procuraduría de Justicia del Distrito Federal ya dio parte e informó que, luego de los interrogatorios a los detenidos ese día, efectivamente hubo gente a la que les pagaron 300 pesos para prácticamente destrozar todo lo que tenían a su paso con el pretexto de la "imposición" de Peña Nieto en Los Pinos.
Al mismo tiempo de la violencia en las calles, estaba el ex candidato de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, diciendo que no reconocería a Peña como presidente porque hubo fraude. Ya pidió hasta la renuncia del secretario de Gobernación y del subsecretario de Seguridad Pública por los eventos represivos.
Creo que López Obrador, más allá de que no se fuera a donde dijo que se iba a ir si perdía la Presidencia y se dedique a fundar un nuevo partido político, acaba de perder una gran oportunidad para consolidarse como el gran líder de izquierda que es.
Luego de 6 años de violencia, de una guerra absurda contra el narcotráfico, del incremento de las actividades delictivas en zonas específicas y de poca información de inteligencia o de combate al dinero sucio, la gente prefirió votar por la paz. Ya está harta de oír levantones, balaceras, muertos (que todavía se siguen escuchando) y prefieren optar por otra opción menos sangrienta, depositando su confianza en el candidato priísta.
La gente, en general, votó por la paz; votó así con tal de no seguir esa estrategia de Felipe Calderón. Enrique Peña Nieto tiene bien presente esto en aras de legitimar su gobierno.
Luego entonces, en la era postelectoral, López Obrador quizás podría añadir a su discurso que en aras de la paz tan urgente en México, lo mejor sería darle la vuelta a la hoja y unirse todos como mexicanos. Suena a ingenua utopía, pero no conocemos a un político que no le apueste a la tranquilidad de los ciudadanos, especialmente luego de tiempos violentos calderonistas.
Si bien la violencia hasta el momento no pueda ser atribuible directamente a López Obrador y su cruzada antifraude, ¿valdrá la pena otra vez encender el encono que tuvimos por 6 años? ¿El tabasqueño no medirá acaso que grupos radicales o incluso creados pueden aprovechar ese discurso que trae para justificar violencia? ¿O la intención es de plano tener un mártir como ya lo anunciaba Ricardo Monreal cuando daba por muerto a un tal Carlos Valdivia?
Vaya usted a saber si uno de esos monitos que se dicen rebeldes sólo está esperando que AMLO diga "¡Revolución!" para que entonces arremetan contra una triste cabina telefónica imperialista hija de su neoliberalista madre. O que un grupo clandestino de derecha, también radical, aproveche esa situación para crear eventos en las calles que acusen inmediatamente al ex jefe de Gobierno como responsable de no medir sus palabras.
Por cierto que este lunes 3, el diario La Jornada, en sus editoriales, deja entrever que no es precisamente el uso de porros o infiltrados los que pudieran solamente haber ocasionado la violencia del 1 de diciembre: hay descontento social, hay jóvenes a los que nadie se les acerca y también no faltan los radicales que sólo quieren hacer destrozos por hacer destrozos. En resumen: no todos fueron gente ajena a la causa.
Parece bastante ilógico que un priísta oscuro, desde el poder, allá en su castillo lleno sombras, quiera arruinarle la fiesta a Peña Nieto. ¿Quién en su sano juicio quisiera arruinarle al presidente entrante su fiesta sólo para hacer ver mal al Peje? ¿Quién en su sano juicio querría fotos de gases lacrimógenos y gente golpeada que sólo afectarían la imagen del mandatario nacional?
Vaya, el objetivo de los desmanes se logró y bien: a nivel internacional ya hay críticas por las detenciones, represión, golpes y heridos en la toma de protesta del “tirano” presidente Enrique Peña Nieto. Un golpe muy bien calculado, en lugares donde la prensa internacional estaba presente (DF y Guadalajara) y cuya noticia retumbó más allá del ámbito local.
Con esta experiencia, creo que AMLO le convendría volver a la faceta del amoroso: cambiar el discurso por uno de paz y tranquilidad para la gente que todavía no se recupera de la amargura electoral y de los tiempos de terror con Calderón.
La población lo necesita porque ya no quiere ver esos horrores de 35 cadáveres tirados en Boca del Río, Veracruz, o matanzas como la de San Fernando, Tamaulipas, con 72 migrantes ejecutados.
Nada cuesta apostar por la paz. Al cabo ya vimos que 6 años de decirle “espurio” a Calderón no sirvieron más que para hacer bilis a lo pendejo.