De las medidas anunciadas por el presidente Enrique Peña Nieto, ninguna se refiere al reforzamiento del sistema de justicia, y por lo tanto, volvemos a caer en un catálogo de buenas intenciones, pero nunca en el castigo a la impunidad o los excesos.
Destaca, por ejemplo, la implementación del sistema de alerta y emergencias 911, copiado al de Estados Unidos y que se popularizó a finales de los 80 por una serie de televisión que era favorito de las familias dentro de la programación dominguera nocturna.
¿Pero qué pasó entonces con el 089 y con el 066? Ambos números (uno federal y otro destinado a corporaciones locales) durante muchos años fueron los que se promovieron como números de emergencias entre la población. El juicio de su real eficacia queda en manos de los usuarios, como igual su uso frecuente y aprendizaje, pero que a final de cuentas ya existían como herramientas para protección ciudadana.
En el caso del 089 fue muy poco difundido su uso. De hecho, sólo a través de redes sociales es como se popularizó tal número que enlazaba directamente a oficinas de la Policía Federal y donde uno se podía informar desde situaciones de carreteras hasta denunciar extorsiones y llamadas intimidantes, las cuales se dispararon durante el sexenio de Felipe Calderón por la guerra con el narcotráfico.
Pero ambos números de emergencia, en lugar de ser reforzados en un esquema ya más o menos implementado y aprendido en el colectivo mexicano, ahora serán desplazados para implementarse (otra vez) una copia al de Estados Unidos, y que se verá si realmente es tan efectivo como el norteamericano.
Pero ese es el asunto: que Peña Nieto recurre otra vez al viejo y desgastado recurso de hacer cambios como si estos fuesen los necesarios para transformar al gobierno y al rumbo del país; es decir, no sólo se trata de pintar, cambiar de nombre, darle hojalateada, maquillar o incluso crear nuevas corporaciones como el caso de la Gendarmería Nacional (o en Veracruz, la Fuerza Civil), sino que las corporaciones ya existentes parece que tienen como fin predestinado refundarse y transformarse a voluntad de los gobernantes como un placebo para la opinión pública.
Pero en ningún momento se ha hablado de reforzar algo tan sencillo como los números 089 o 066… Ahora pasaremos a un sistema llamado 911, y en una de esas hasta tendremos serie de televisión a la mexicana.
Pero otra de las partes que pone a pensar es la implementación del Mando Único para que existan solamente 31 policías estatales y la Federal. Y es que tradicionalmente, durante los gobiernos priístas, los que regularmente cometieron excesos y abusos siempre fueron las corporaciones federales, como la extinta y siempre mal recordada Policía Judicial Federal y jefes militares dedicados a la protección del narco. En Veracruz, por ejemplo, se recuerdan al menos dos casos graves: Llano de la Víbora y Sánchez Taboada.
¿Entonces a dónde nos llevará Peña ahora con los Mandos Únicos? Porque el problema no es si existen nuevas policías, mejor pagadas o reforzadas o con helicópteros maquillados, sino que el problema de fondo es la manera en que se desempeñan las corporaciones, la prepotencia en el trato a los ciudadanos y periodistas, pero sobre todo, la impunidad que permanece intacta.
Es decir, tenemos oooootra vez que dar el beneficio de la duda al presidente por tener las “buenas” intenciones para solucionar el problema de seguridad, ahora que el caso Ayotzinapa lo tiene acorralado y lo obliga a dar la cara (aunque no hayan aparecido los estudiantes normalistas desaparecidos) dando un decálogo de medidas que se tomarán en los próximos meses para evitar más casos como el de Iguala, Guerrero.
Pero en la práctica, en Veracruz todavía tenemos casos de cómo la impunidad sigue y las Policías se desacreditan a sí mismas: como el 5 de abril de 2013, cuando José Layún, dueño de los conocidos hoteles-suites Layfer, manejaba temerariamente en calles de la ciudad de Córdoba a bordo de su Ferrari color rojo y cuando fue detenido por la Policía Estatal recién llegada por el operativo Mando Único, tuvieron que dejarlo ir porque sencillamente los mandos policiacos estaban cómodamente hospedados en sus hoteles, mientras que a la tropa los tenían en condiciones deplorables en un edificio administrativo del ayuntamiento, durmiendo a la intemperie.
Los casos también de Gibrán David Martiz Díaz, cantante del popular programa “La Voz”, y Salvador Salazar Gómez, hermano de la cantante grupera Toñita, son tristemente célebres porque en ambos se denunció que los causantes de sus desapariciones fueron precisamente policías estatales veracruzanos.
En la entidad también particularmente parece que se ha entrenado a los policías para ser los constantes golpeadores de periodistas, desde que su titular Arturo Bermúdez Zurita dictó esas máximas como “Pinches Medios” y “Meter a la cárcel a un fotógrafo por mentiroso”.
Es decir, parafraseando a la banda Molotov, si le damos más poder al poder, ¿en manos de quién quedaremos? Pero además, si la impunidad es la que permanece y no se castiga como debe ser a quienes abusan de sus cargos o influencias, entonces ¿qué gracia tiene que se hagan anuncios tras anuncios? ¿Crear corporaciones tras corporaciones? Si finalmente lo que opaca cualquier intento o buena intención es la nefasta impunidad.
Volvemos a lo mismo, el menos en primera instancia, con el decálogo de Peña Nieto: a dar el beneficio de la duda; a esperar ooootra vez que estas medidas anunciadas en días pasados por el presidente sean para el bien común y que ooootra vez el Mando Único no sea más dolor de cabeza que solución a los problemas.
Y es que si no hubiese ocurrido lo de Ayotzinapa o no nos hubiésemos enterados, quizás ni siquiera tendríamos un decálogo presidencial para mejorar la seguridad.
Pero ese es el punto: la gente ya está harta de tantos falsos anuncios y que la impunidad siga como si nada en nuestras calles: esa es la verdadera enemiga y no hay más.
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