Hace 11 años, César Vázquez Chagoya me decía que en este oficio no se descansa. Al momento que me lo dijo, lo miré con desconfianza y hasta con disgusto, porque estaba entendiendo que esa sería mi primera Navidad y Año Nuevo que estaría lejos de mi familia.
Cumplo 11 años desde que llegué a Xalapa, pero pensando en regresar en las fechas decembrinas por todo aquello que te enseñan en la vida, en la calle y en “El Padrino”: que uno debe estar cerca de la familia, porque Navidad y todo ese rollo de fin de año, es para que estén juntos todos los seres queridos.
Pero Don César quizás comenzaba a ponerme la primera difícil lección de muchas que me enseñó desde el primer día que trabajé con él: de decidir si quería ir a pasarla con la familia (en realidad, más bien a empedarme y tragar como Dios manda) o demostrar pasión y responsabilidad al trabajo, especialmente cuando en esa época nos estábamos trabando con los Alemanistas que gobernaban en Veracruz.
Y así ese primer 25 de diciembre de 2003 y primero de enero de 2004 estuve por primera vez lejos de todos. Los Vargas, que son como mi segunda familia, me arroparon en su casa de la colonia Progreso. A ellos, eternamente agradecido.
Años antes, en los últimos minutos de un diciembre y los primeros de un enero, Don Amado Ortega Zapata, mi abuelo paterno, en su vehículo Spirit negro estacionado frente al Hotel Regency Canales, decía que en el mar los días son relativos. Su vida como marino petrolero lo forjó como tal. Decía que en ese momento se conformaba con que terminara la misa de Doña Mary y la llevara a bailar a algún lugar.
Mi abuelo Nicolás Díaz Ruiz era más huraño. Quizás porque al final de cuentas era el último sobreviviente de su familia. Pocas fueron las veces que se dormía hasta tarde para convivir con la familia. Era la cena y ya. Ni siquiera se arreglaba o estrenaba ropa nueva.
La tradición familiar con los Díaz era la de ver los “viejos” de los vecinos bañados en gasolina, rellenos de cohetes, y que causaban estruendos sólo similares al de una balacera multitudinaria. La abuela cocinaba algo y nos sentábamos a ver “El Cascanueces” en la televisión. Este fin de semana, pude verlo por primera vez en vivo en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México y ya sabrá qué escurrió cuando escuché las primeros tonos conocidos.
Tan alejados fuimos de las tradiciones navideñas mexicanas, que el 31 de diciembre de 1999, mientras la abuela y tía visitaban a los familiares en Tamaulipas, el abuelo Nico vino a la casa de mamá, y vimos todos “The Green Mille”. Al momento de sonar las 12 de la noche y la llegada del año nuevo, pusimos pausa a la videocasetera, nos abrazamos, felicitamos, salimos a saludar a la banda de la colonia y regresamos a terminar la película. El abuelo decidió no quedarse porque tenía que cuidar su casa.
Con los Ortega, corría el buen whisky entre los mayores, mientras los nietos nos divertíamos con el Nintendo, jugando a las escondidas, a los pistolazos o simplemente comiendo, quemando cohetes y oyendo la plática de los mayores. A veces echaban tiros al aire para celebrar la llegada del Año Nuevo y al día siguiente nos iban a dejar en casa.
Al paso de los recientes años, fui esporádicamente a ver a la familia y aprendí a pasar los diciembres lejos de ella, sin dejar de sentir el mismo amor que siento por ellos. “Ahora lo ve uno como cuestión práctica”, diría mi amigo Mortera: es que los regalos ya salen caros y a eso súmale el viaje.
Don César tuvo la noble cortesía de invitarme a su casa ya sea los días de Navidad o Año Nuevo. Abrió las puertas de su casa, nos daba un lugar en su mesa y dejaba que me acabara sus cigarros o me robara sus encendedores, pero sobre todo --lo más importante-- me dejaba convivir con su familia, a la que he llegado a apreciar como propia.
En la mesa o en su despacho, con su inseparable cigarro, Don César platicaba muchas anécdotas de cuando fue policía o político, profesiones a las que precisamente había renunciado porque no había podido disfrutar de sus hijos como había querido.
Compartía que en varias ocasiones tuvo que estar alejado en fechas especiales como las decembrinas, porque siempre ocurría algo: Cirilo Vázquez Lagunes se había alocado, alguien tomó un Palacio Municipal, un enfrentamiento entre grupos políticos antagónicos, inconformidades por las elecciones; que incluso una vez tuvo que dormir en Cosamaloapan, a unas horas de Minatitlán, en pleno año nuevo.
Por eso entiendo cuando el Año Nuevo es una fecha relativa; entiendo los sacrificios que mi abuelo paterno hizo durante sus años en activo, como el que mi abuelo materno hiciera cuidando su casa a la que tanto quiso, incluso en su avanzada edad. Pude comprender también el esfuerzo que a Vázquez Chagoya le hizo renunciar al servicio público y poder dedicarle más tiempo a su familia.
Hoy hace 11 años tuve la primera lejanía con los míos. Hoy será la primera vez que Don César esté ausente en estas fechas decembrinas.
Pero son días relativos, Don César. Con la familia se está todo el año, no sólo en estas fechas, pero los sacrificios y arrojo son siempre. Eso me lo han enseñado usted y mi abuelos, a quienes les alzo mi copa de Jack Daniel’s al ritmo de Frank Sinatra.
(Sí, porque ese es el plan para Navidad y Año Nuevo).