Primero Karl, ahora Matthew. Las zonas más golpeadas por las inundaciones no dejan ser el centro y el sur de Veracruz. Las crónicas diarias en los medios impresionan con las imágenes desgarradoras, las declaraciones de la gente; falta ayuda. Mucha, demasiada; es insuficiente la que hay y todavía no faltan los mezquinos que critican lo que se va aportando.
Mientras se hace todo el esfuerzo necesario, se captan todos los recursos y las miles de manos se organizan, todavía no acaba el castigo propiciado por Tláloc, Chaac o San Pedro (vaya usted a saber si confabularon los tres) y las lluvias siguen azotando.
Los principales problemas son las inundaciones; en el caso de Karl desaparecieron poblados por completo, los pegados al río. Algunos dicen que todavía no aparecen todos los muertos, esos que luego les da por ocultar.
En el puerto de Veracruz están con las mismas desde hace años. Cuántas veces no se escucha en temporada de lluvias se inunda el fraccionamiento Floresta. El periodista Manolo Victorio, en su espacio radiofónico, lo expresó claro: son colonias construidas sobre vasos reguladores naturales del agua; se construyó sobre lo que eran manglares.
De no ser por el diario NOTIVER, hubiera habido otra situación similar: el caso Tembladeras, donde se pretendía nuevamente rellenar parte de los pantanos de Veracruz para hacer un centro comercial y viviendas. Así, como si nada, volver a rellenar.
El puerto de Veracruz sufrió mucho ya de por sí con el alcalde José Ramón Gutiérrez de Velasco. Es sabido en el 4 veces heroico que él y su director de Obras Públicas, Carlos Ramírez Duarte, se hicieron millonarios fraccionando por todos lados, creando “vivienda” para justificar un indiscriminado negocio mal planeado.
Pero no sólo las autoridades municipales tienen la culpa al desarrollar y permitir viviendas en zonas vulnerables; el puerto de Veracruz es el preferido por la clase política y los funcionarios de gobierno de todos los niveles para ir a descansar, ir a comer, ver a las o los amantes, hacer grilla. Ahí llegan o viven los delegados federales, los principales mandos del gobierno de Veracruz ¿y nadie se dio cuenta de lo que estaba pasando?
La corrupción, el clientelismo electoral, la manera de quedar bien para ganar votos; nunca falta el “líder social” que tiene un “conecte” en alguna dependencia, con algún jefe, con algún candidato, diputado o presidente de partido para ir a conseguir láminas, cartones, lonas para hacer casitas en algún lote irregular y donde se supone que está prohibido construir.
Ahí ve usted como los llamados “paracaidistas” llegan como si nada a los pantanos, a los humedales, y al poco tiempo son favorecidos por la clase política para instalarse ahí: camionadas de tierra y escombros para rellenar los vasos reguladores de la naturaleza. Eso es parte de lo que se ve regularmente.
La otra parte son los pomposos fraccionamientos como el Floresta, que pese a la clase media-alta que la habita, sufre las mismas penurias que cualquier habitante de las colonias más pobres. La solución de reubicarlos por completo ya se había propuesto desde hace años: era más barato tirar y reasentar que meterles tanto dinero con infraestructura preventivas y cárcamos de bombeo como se ha hecho hasta ahorita y que no han servido para nada.
Hasta ahorita la clase política se viene a dar cuenta del error: haber rellenado los humedales y pantanos se pagó con creces en estas temporadas de lluvias al estancarse el agua o pasar con fuerza donde de manera natural desemboca.
En Minatitlán-Cosoleacaque hay un caso similar: zonas actualmente inundadas fueron construidas sobre zonas pantanosas a mediados de la década de los ochenta, cuando el invasor Jerónimo Lozada, con el apoyo del líder petrolero Sebastián Guzmán Cabrera, rellenaron los pantanos en donde hoy está asentada la colonia Congreso.
El Jaguëy y la colonia Hidalgo en la misma región, se convirtieron en verdaderas gangas al venderse los terrenos que eran ejidales, y hoy son fraccionamientos que se inundan constantemente con el paso de las lluvias.
Con las recientes inundaciones en Minatitlán, funcionarios de SEDESOL hacían un reconocimiento oficial a la problemática: “nos metimos a los pasos del agua”.
Esta voracidad empresarial y política por construir criminalmente sobre los manglares, pantanos y humedales, es mucho peor que la rapiña que se dio en el puerto con el paso del huracán Karl. Esa necedad por justificarse en “vivienda”, se ha revertido con gravedad. Con daños con dimensiones mayores e inesperados.
Hoy, a 20 años en promedio que se les ocurrió rellenar esos vasos reguladores, nos estamos lamentando por el actuar predatorio de constructoras ambiciosas implicadas con el gobierno, que engañan a los urgidos de casa. La impunidad y el negocio perfectos y en su máxima expresión.