La detención del fundador de WikiLeaks, Julian Assange, y la crucifixión del reportero del semanario Proceso, Ricardo Ravelo, tienen mucho en común y el mismo fondo: ambos, desde lo que aparentemente son trincheras distintas, exhiben a la real clase política.
Esto va más allá de los fenómenos mediáticos implementados principalmente por las televisoras (consorcios por demás vendidos) para hacer creer que Assange y Ravelo son algo así poco menos que terroristas, hijos de su tapu drema que son un peligro para México y el mundo.
Así, las televisoras se empeñan en el asunto de escandalizar para no fijarse en el verdadero problema: las informaciones reveladas por WikiLeaks y Proceso que desnudan la fragilidad de la clase política, sus patéticos secretos y forma tan poco ética para conducirse.
En el caso de Assange, pese a que en los cables confidenciales difundidos por WikiLeaks, nos consideran países como España y Estados Unidos poco menos que bananeros, aquí todavía la clase política gobernante sale a defender las relaciones con ambos países como si no importara la crítica al Ejército.
Una verdadera bofetada es la que se llevan los soldados que han dado su vida --haiga sido como haiga sido-- en esta guerra contra el narco, y cuyo jefe militar máximo fue insultado por un embajador de suelo extranjero en el nuestro propio.
Y digo, no es que uno sea nacionalista de pecho abierto para las balas, pero sí con los pocos cables que ha difundido WikiLeaks salen a relucir la manera en que nos ven hacia el exterior, y el pusilánime gobierno mexicano sale todavía a refrendar, no habría necesidad de un cable para darnos cuenta que somos el patio trasero de Estados Unidos, que el presidente Felipe Calderón y secuaces que lo acompañan sirven para lo mismo que una papa enterrada, y demás lindezas que se andan diciendo por el mundo, pero que les agrada defender.
WikiLeaks vino a exhibir la real naturaleza de la clase política mexicana: agachona, insegura, más dispuesta a entregarse supinamente a lo que dicte el Tío Sam que a defenderse; descubre (tampoco es el hilo negro) lo alejados que se encuentran de la realidad, al filtrarse que Calderón no midió bien la dimensión del narco y la corrupción México… ¿Pues entonces en qué pinche país vivía y pretendía gobernar?
El caso de Ricardo Ravelo tiene mucho de relevante al igual que WikiLeaks, sólo que aquí, en el país donde un gremio periodístico está más desunido que las moléculas del gas, en lugar de respetar lo informado por Ravelo se ha utilizado para hacer otro escándalo mediático que aparte los ojos de algo que es secreto a voces: Calderón ya ha pactado con el narco.
En este caso, es Televisa quien lleva la batuta para crear este escenario de chismes cómo sólo la empresa sabe hacerlo. Faltan nada más un par de chichonas, un wey mamadolores, un patiño, un trasvesti, un conductor homosexual, un payaso de pelos verdes para completar el cuadro.
Fiel al escenario de denigrantes espectáculos, Televisa, no obstante, carece de lo que Proceso se ha ganado a pulso a lo largo de muchos años: credibilidad. Ricardo Ravelo es un periodista que conocemos y sabemos que viene desde abajo, desde la época donde su dilema era salir o no de su natal Carlos A. Carrillo, donde sólo se veía un par de destinos: ser cañero o ser alcohólico.
Ricardo Ravelo ha escrito libros que ningún presentador de noticias estelar de Televisa se atrevería a escribir por miedo a la mafia, por temor a perder sus lujosos estilos de vida. Es periodista de batalla de una revista que nace precisamente de la intolerancia en el poder a diferencia de los beneficios con que siempre ha contado la empresa de la familia Azcárraga.
El fondo no es si el narco le dio una lana a Ravelo como quiere pretender la televisora señalar de manera infundada, sino los señalamientos de los capos mexicanos que negociaron con un enviado del gobierno federal y hasta la venta de una plaza en el Estado de México por 10 millones de pesos, entonces recibidos por el fallecido Juan Camilo Mouriño.
Ante esto, la reacción del gobierno federal fue de la misma forma con Assange: descalificar al mensajero, organizar una campañita nefasta a través de su aliado más próximo, al que nadie aludió, pero que se presta a los intereses y juegos del presidente.
Pero el fondo del problema no desaparece; Televisa inclusive es conocido por no saber reaccionar contra sus “enemigos”; una empresa tan grande se mueve lentamente y con ineptitud: cuando iniciaba TV Azteca, su estrategia fue precisamente atacar a la vieja televisora y ésta respondió a su pequeña competencia para convertirla en algo grande. En el caso del diario REFORMA, cuando se dieron cuenta que hacían una publicidad gratuita en el noticiario estelar, fue que les cayó el veinte (los mexicanos somos rete harto morbosos) de que no estaban logrando el efecto deseado de vapulear un diario que se mantiene fuerte. Con Proceso, con el simple hecho de la credibilidad histórica no tiene nada que competir la televisora.
Así con esta torpeza, los mayores aliados del gobierno federal reaccionaron espantados, torpemente, e hicieron creer que lo de Proceso es verdad, una verdad que les duele mucho.
Ravelo y Assange son sólo dos casos de mucha intolerancia en el mundo. En Chiapas, la fuerte censura se cierne sobre los periodistas críticos con el gobernador Juan Sabines, pero al igual que Televisa, ningún gobierno ha entendido que estamos en tiempo donde ya no hay enemigo pequeño, ni foros exclusivos.
La razón de estas persecuciones son los secretos del poder, los abusos, los excesos. Con WikiLeaks no es por la información tan “trascendente”, sino porque escriben el verdadero sentir de EEUU ante los demás países; con Ricardo Ravelo, porque se expone lo que en varios lados ya se sabe: que el gobierno también pacta con el narco.
Hoy, con un simple WikiLeaks, un libro de Ravelo, un correo electrónico, un portal electrónico, un Twitter, nos podemos orinar sobre la censura y el sistema que ingenuamente quiere lograrlo.
Así de vulnerable es la clase política, hoy preocupada porque dos personajes (uno australiano y otro mexicano) desnudan los secretos del poder, pero que hoy son disfrazados como enemigos públicos del estado. Carajo.