Un cuadro de cemento atiborrado con ritmo, de lozas; en medio. Una de la tarde, y el calor del puerto se extraña, parece inexistente… Se siente el ‘frejco’.
Pero las calles tienen los mismos retratos: vendedores de relojes “original pirata”, los que venden puros Cohiba; los viejitos viéndolas pasar, mientras se sientan en la plaza, en la banqueta, se cuentan chistes con picardías y toman café o jugo de naranja para evitar la gripa de la temporada.
De día se ven las mangueras enrolladas en las palmeras sobrias de sol, que en la noche las iluminan como cetros sesenteros.
Llega el primer vendedor de la mañana, de esos que se pasean por el zócalo jarocho como buenos fenicios: “Ahí tengo la artesanía del Rosario, jefe… El metal es aluminio, jefe, muchos dicen que es plata pero no es plata, es aluminio”.
--A ver los relojes, loco.
--Acá tengo el Ferrari, jefe.
--¿Cuánto?
--300, jefe, pero te lo dejo en 250
La rebatinga comienza. Entre choro y cotorreo, nos dice el negociante “Mira, no quiero salar mi primera venta, te lo dejo en 150”
--Vas, pues.
Se despide: “Gracias por las sonrisas, porque las sonrisas son el alimento del alma”. Sabio vendedor.
Y es que en el puerto, donde se expiden las Leyes de Reforma en 1859 y 1860 de la mano de Benito Juárez (ahí cerquita del ayuntamiento, donde está un faro que muchos piensan que es iglesia), se viene a discutir del diario. Se “grillea” porque desde que amanece, en el puerto de Veracruz el que no habla, resbala.
Aquí bien podríamos decir que más que tiburones, más que pescadores, el puerto bien podría ser un puerto de piratas y pericos… No se ofenda, mi gente, les voy a explicar porqué.
Siendo puerto, siendo ciudad de las tablas, el comercio fluye, crece con los pescadores que eran los porteros del nuevo mundo en tierra firme. Literalmente aislada del peligro y defendida fuertemente por San Juan de Ulúa, el puerto transcurrió 200 años desde su fundación sin ataques de piratas, hasta que le tocó al poblado frente a San Juan de Ulúa, lo que es el actual Veracruz-Boca del Río.
En mayo del 1683, el pirata holandés Lorenz de Graaf (conocido como Lorencillo) llega entonces con su banda y espanta a todos los jarochos, manteniéndolos encerrados en la iglesia por 5 días. No conforme con eso, se llevó 30 mujeres a su refugio en Campeche. De ahí decidieron amurallar a la ciudad, vestigio que puede verse con el Baluarte de Santiago actualmente.
Esa historia, esa leyenda, impregna a Veracruz. Si uno se pasea por sus calles antiguas todavía uno puede imaginarse a la gente corriendo asustada por el paso de Lorencillo, como igual pueden pasar al Altar a la Patria donde están los restos de los caídos en la invasión norteamericana de 1914.
Caminar por el centro histórico del puerto es recorrer la magia. Así como la historia de los parientes de Lorencillo que llegaron al puerto y no terminan por irse:
“Órale mi jefe, 100% original pirata”, dice mientras ofrece relojes.
BULLICIO
Para comer, se llega a Pescaderías frente al Notiver para irse escoltado por 3 o 4 anfitriones que invitan de buena gana o casi obligando, a acercarse al changarro que uno le guste. Sentarse a comer en medio del bullicio de cientos de gentes que a esto de las 4 de la tarde ya tiene hambre y se comienza a abrigar por la entrada del viento.
Alimenta al ruido, a la sinfonía de olores y pláticas, un dueto de norteños que cantan “Tristes recuerdos”; irónico que en el puerto se escuche música del norte donde se espera escuchar son jarocho y montuno.
Entonces serán Los Portales. Ahí pegadito al Palacio Municipal, cuyo reloj en torre no sirve.
Hasta allí llega el bullicio. Hay plática de todo: unos japoneses se ríen quién sabe de qué chirimoyas, pero entre ellos se entienden. Hay quienes recuerdan de sus hazañas en Carnaval, otros chelean, los gringos se emocionan tomando fotos a la marimba.
Queso, queso, quesito… Ahí está la botanita, tegogolos, botanita de pepita, garbanzo… ¿Le boleo, jefe?... Mire, cacahuate enchilado, pruebe sin compromiso… Flores, rosas... Mire, su nombre en una llave, mire… Traigo pluma Mont Blanc… Tic, tic, tic, tic (suenan los metales de la maquinita de toques).
--Jefe --nos saluda quien nos vendió el reloj temprano por la mañana-- ahí regreso al rato por ustedes… Ya pedos, aflojan… El billete, el billete.
Las chiapanecas dan vueltas con sus camisas tejidas, las gitanas se ofrecen a leer la mano, y en medio de la plaza, aquí justito frente al Regis, una grúa comienza a desinstalar el arbolito navideño; las gradas ya van tomando forma para algo que va a haber para el 31, al mediodía.
La plaza luce y desluce: hoy a las 6 de la tarde, sería el último lunes de honores a la bandera del alcalde saliente Jon Rementería; pese a ser un día emotivo, nadie llegó, sólo la síndico Rosa María Jácome y el infaltable niño patriota que todos los lunes viene vestido de soldado para honrar al lábaro patrio.
En medio de un friíto veracruzano (que suena como algo imposible para la mayoría de este país) la Plaza de Armas, la Iglesia de la Asunción se van preparando para ser nuevamente testigos de una larga historia política jarocha. El ayuntamiento se ilumina decembrinamente. El 31, serán otro tipo de reflectores.
En tantos años, desde que en 1519 Hernán Cortés fundará el primer ayuntamiento de América Continental, venir al puerto es nuevamente vivir la historia al saber que a partir del año venidero, Carolina Gudiño será la primera mujer que tome las riendas del ayuntamiento.
Veracruz, ¿así o más histórico?