Este miércoles, luego de una inmejorable compañía, café, alitas y tiras de pollo, abordé un taxi a casa pero llamó la atención la manera en que manejaba el chofer: pitando el claxon de manera constante y frenando a cada rato. Parecía que no podía ver bien de noche y su rostro estaba muy cerca del parabrisas.
La verdad que de mal pensado creí que el conductor venía borracho o drogado; para llegar del centro de Xalapa a la salida a Coatepec fue todo un paseo por calles aledañas a Los Lagos.
“Es que no soy de aquí, jefe… Bueno sí soy… Pero tengo 40 años fuera de aquí”, me comenta cuando ve que ya andaba en calles que ni al caso con la ruta.
Por la carretera hacia Coatepec nos fuimos como a 40 y con la misma dinámica: freno-toco claxon-freno-toco claxon. Un recorrido de 5 u ocho minutos, se hizo como de quince.
Casi llegando al pueblo mágico pienso que a lo mejor es de esas personas que no ve bien de noche y por eso tomó sus precauciones para conducir despacio y pitarle a todo lo que se moviera. Cuando me entrega el cambio de la corrida, prendió la luz interior y se le ven problemas físicos: temblores en las manos, gestos incontrolados, movimientos erráticos del cuerpo.
La verdad, por respeto, no le pregunté qué padecía. Sólo si se sentía bien y podía conducir de regreso, a lo que dijo que sí. Tampoco me voy a quejar: busca la chuleta como todos y fue muy precavido para manejar.
Lo anterior me dejó pensando si el conductor estaba apto para manejar una unidad de transporte público. Es obvio que una persona con discapacidad tendría problemas para controlar un vehículo, aunque hay historias de éxito que demuestran lo contrario.
No obstante, creo que de todas maneras es un riesgo y debería regularizarse esa situación.
Anteriormente existía un Registro Estatal de Conductores: un programa que permitía una revisión constante a los choferes de las unidades de transporte público para saber si estaban aptos, si tenían antecedentes, etc. Fue creado en los tiempos del Duartismo, pero desapareció en el mini-yunismo por aquello de que querían borrar todo vestigio del anterior régimen.
Años más atrás (si no mal recuerdo, comenzó con el Alemanismo) incluso había un sistema de tarjetón que era para controlar el tráfico en Xalapa y Coatepec, a donde los taxistas estaban obligados a parar en un retén para revisar tanto al pasajero como al operador. Ese mismo tarjetón se colocaba en una parte visible del auto para que así el usuario pudiera verificar la identidad del conductor.
Hay poquísimos casos donde se ha visto una mejora en el transporte público. Recientemente, con la pandemia, algunos taxis han implementado acrílicos para mantener el pasaje separado del conductor. Otros decidieron usar plataformas digitales para evitar el uso de efectivo, pero la gran mayoría siguen estando al margen de querer mejorar.
Unidades viejas, obsoletas, sucias (los Tsuru son vehículos que ya ni se fabrican, pero los siguen utilizando); renuencia a los pagos electrónicos o transferencias (en varios viajes, sólo me ha tocado una sola unidad con este servicio). Lo peor es la protección oficial exagerada para no permitir la entrada de servicios como Uber o siquiera para obligarlos a tener nuevas unidades.
Pero no sólo son los taxis: basta pararse en una estación de autobuses para ver que Xalapa tiene todavía camiones del año del caldo para la movilización de miles de habitantes.
Y no hay que pensarle mucho: es una asociación enfermiza entre el pulpo transportista y el poder político donde se “ayudan” de manera convenenciera dejando en medio a los usuarios. El beneplácito de la autoridad al transporte público en verdad que ha sido demasiado, excesivo.
En este sentido, se supone que proyectos como el tren ligero de Xalapa serían la alternativa, pero cada vez parece un sueño más lejano y no por falta de voluntad, sino porque hubo otros asuntos qué atender de manera prioritaria como el coronavirus y el desastre financiero arrastrado desde hace por lo menos 15 años.
Lo que sí podría ser un buen paso es que se vaya encarrilando a las unidades no sólo con cumplir con sanear sus unidades (ya sería el colmo que no se hiciese en plena pandemia), sino que también exista la certeza de quiénes están tras el volante y si están capacitados para ello. Sólo basta recordar que en Xalapa y Coatzacoalcos —por citar algunos casos— se han detectado que son taxistas los que participan en ilícitos.
Sería bueno que se dejara de ser tan permisivos y consentidores con el transporte público, porque es un problema que tiene más años arrastrándose —incluso, creo, peor que el financiero— y que también podría ir creciendo como una carga muy pesada en el futuro, igual que las deudas presentes del estado.
NOTA PARA PEGAR EN EL REFRI: Que así como se les escapó un reo peligroso a policías de Seguridad Pública en Coatzacoalcos hace unos días (al que hasta hace pocas horas no habían podido capturar de nuevo) resulta que ya también se les escapó otro. Se trata de un tal Israel Jonathan Qechulpa Choncoa, quien se le fugó a policías estatales en los separos de una comunidad llamada La Quinta, en el municipio de Zongolica, este jueves… ¿Pos qué se traen que andan tan salados con los detenidos?
OTRA NOTA: Que a finales de mes está programada otra visita del presidente Andrés Manuel López Obrador para el puerto de Veracruz… Seguramente le informarán (y reirá para sus adentros) sobre cómo va el asunto de la Torre que, así como no queriendo la cosa, mandó a cancelar para arruinarle el negocito a los canófilos aferrados al hueso.
LA ÚLTIMA PORQUE ES VIEEEERNEEES: La otra semana (tentativamente el lunes) habrá anuncios muy buenos para RadioTelevisión de Veracruz, donde se firmará el convenio con la empresa alemana que instalará la antena para la digitalización de la señal en La Perla, uno de los pendientes que había para RTV. Enhorabuena.